ARRASTRADO por el éxito de Crematorio he leído la nueva novela de Rafael Chirbes, En la orilla, imaginándome la película que podría salir de ella.Cuál sería el paisaje y el paisanaje que nos presentase la hipotética ficción. Por lo pronto, contamos con las imágenes, potentísimas, de la serie Crematorio, de Jorge Sánchez Cabezudo, a la que hemos regresado con motivo del fallecimiento de Pepe Sancho. Viéndola de nuevo, he vuelta a sentir y a constatar las distancias que marcan esas reglas del juego escritas, pero también no escritas, entre los mundos de la ficción y la no ficción.

Por más miserable y rastrero que fuese el personaje de Rubén Bertomeu pergeñado por Chirbes, en su versión televisiva, con el timbre de voz, el porte y la apostura de Sancho, hasta era distinguido. Y así sucedía con el resto de perfiles, héroes o villanos, consortes o acompañantes. Todos tenemos en mente quiénes son los personajes reales que habitaban en la mente de Chirbes a la hora de inspirar sus tramas. La gomina y la chabacanería que destila la realidad nuestra de cada día quedaba prácticamente anulada por el maquillaje a que fue sometida en la ficción, de la mejor ficción nacional contemporánea de los últimos años. Imaginados en su intimidad, nuestros hombres y nuestras mujeres poco tienen que ver con las hechuras y la clase de una Monserrat Carulla, de una Alicia Borrachero, de un Pau Durá, por supuesto de un Pepe Sancho. Los de verdad tan chusqueros y mediocres. Los televisivos, hasta los odiosos, tan elegantes.

Sí, definitivamente, la realidad es mucho más sucia, menos fotogénica que la ficción.

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