Fragmentos

Juan Ruesga Navarro

Recuerdos de Osuna

SIEMPRE me ha resultado muy atractivo el perfil de la ciudad de Osuna, con la silueta del edificio de la antigua Universidad encaramado en la colina junto a la Colegiata. Hace muchos años que fui por primera vez a Osuna a visitar a mi padre, que era catedrático de dibujo en el Instituto. El autobús en el que viajaba subió una pequeña cuesta y allí apareció la ciudad con todo su esplendor. Es una imagen que se mantiene intacta en el transcurso del tiempo. Abajo la fábrica de aceite y el caserío creciendo por la suave pendiente. Poco a poco nos acercamos y comenzamos a discurrir por una serie de calles rectas, ordenadas en cuadrícula, con casas blancas y portadas de piedra. Hasta llegar a la plaza donde paraba el autobús.

Subimos andando por un camino empedrado hasta lo alto de la colina, con la ladera cubierta de chumberas y pasando por delante de la Colegiata fuimos al Instituto. Su arquitectura singular enseguida me atrajo. Un sólido edificio cuadrado, con esbeltas torres redondas en las esquinas rematadas por chapiteles cónicos. Yo acababa de empezar mis estudios de Arquitectura y el director del instituto y mi padre me fueron enseñando el patio renacentista y las galerías mientras me hablaban de la vida pasada de aquel edificio, fundado como Universidad en 1548, y por donde pasaron insignes andaluces como Rodrigo Caro, Vélez de Guevara, Blanco White y Rodriguez Marín. Después de recorrer el edificio me enseñaron la imponente Colegiata con sus magníficos óleos de Ribera y el Sepulcro Ducal con su pequeño patio plateresco. Al regresar hacia el pueblo pasamos por el Convento de la Merced con su magnífica torre y antes de cenar paseamos por algunas de las calles, deteniéndonos en las fachadas de muchas casas que mostraban orgullosas y rotundas las cornisas, frontones, columnas salomónicas y relieves que les daban forma. Entre todas destacaba la Cilla del Cabildo, una joya de nuestra arquitectura barroca. Espectacular. Creo que tiene la más bella representación del escudo del cabildo hispalense, con la Giralda y los jarrones de azucenas. Mas adelante, en conversaciones con don Antonio Sancho Corbacho, en su pequeña tertulia de la Flor del Toranzo, tuve ocasión de aprender del maestro más detalles de la inabarcable arquitectura barroca sevillana.

La luz y los edificios de Osuna se quedaron para siempre en mi retina, y han sido muchas veces las que he dibujado sus perfiles, en especial la colina con la Universidad y la Colegiata. Creo que gané la estima de don Alberto Balbontín con una acuarela de Osuna que le entregué como trabajo de curso el siguiente otoño. Fueron unos pocos días de verano en los que el paisaje de Osuna y sus edificios, casas y conventos, fueron el telón de fondo de una estrecha convivencia con mi padre, los dos solos, en una mayor relación de complicidad que en la casa familiar, viéndole trabajar en la restauración de unos cuadros y preparando sus clases del siguiente curso. Hace poco tiempo volví a la Universidad, también en verano, a dar una conferencia, y allí estaban mis recuerdos.

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