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José Antonio Carrizosa

Reencuentro

ACERTÓ plenamente el alcalde con su propuesta de distinguir a Felipe González con el título de Hijo Predilecto de Sevilla y, además, acompañarlo con los de hijos adoptivos para los dos comisarios que tuvo la Expo, Manuel Olivencia y Emilio Cassinello. Bueno es dejar constancia de ello porque cuando el alcalde lo hace bien, la ciudad entera sale beneficiada y cuando se equivoca, somos todos los que salimos perdiendo. Ha acertado Juan Ignacio Zoido porque ha logrado que Sevilla salde una vieja deuda con una de las dos o tres primeras figuras de la historia española del siglo XX, que además no dudó en volcarse con la ciudad en una coyuntura histórica irrepetible. Que veinte años después de que la Expo 92 echara el cierre Sevilla no hubiera tenido más gesto con Felipe González que dar su nombre a una biblioteca sin libros era algo que nos llenaba de vergüenza a muchos en esta ciudad. González, y lo demostró en su magnífica intervención del pasado miércoles en el Lope de Vega, es un referente de sensatez en España y en Europa en unos momentos tan oscuros y confusos como los actuales. Su reencuentro con Sevilla es una buena noticia. Que haya sido un alcalde del Partido Popular quien, alejándose de cualquier sectarismo, lo haya promovido y logrado, también lo es. Lástima que Izquierda Unida, una formación que tiene ahora en la Junta una magnífica oportunidad para normalizarse ante la sociedad, haya vuelto a no estar a la altura de la circunstancias.

Este reencuentro ha venido además completado por otro: Sevilla de alguna forma ha vuelto a mirar hacia lo que significó en su historia 1992 con la designación de Hijo Adoptivo para Olivencia y Cassinello. Conviene ponerlo de relieve en una ciudad con tanta capacidad de olvido para algunas cosas como es la nuestra. No sobra recordar que la Expo se hizo a tiempo y se resolvió de forma brillante a pesar de las zancadillas de todo tipo que pusieron los que entonces se creían con el poder absoluto en Sevilla y con la capacidad para hacer y deshacer a su antojo. Sólo cuando se abrieron las puertas de la Cartuja y los sevillanos tomaron la isla como algo suyo cambió la perspectiva de lo que aquello significó en nuestra historia.

Cierto que la Expo fue una especie de sueño y que el despertar fue duro. Todas o casi todas las expectativas que se pusieron en que la muestra iba a ser la palanca definitiva para nuestro desarrollo se vieron defraudadas. Algunos de estos fracasos nos vinieron dados desde fuera, pero otros muchos fueron de nuestra exclusiva responsabilidad. Pero hoy, visto con la perspectiva que da el tiempo, no hay ninguna duda de que fue una experiencia transformadora y ojalá alguna otra generación de sevillanos tenga la oportunidad de vivir en el futuro algo parecido. Bienvenido sea, por tanto, el reencuentro de Sevilla con el 92 que se ha producido esta semana.

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