La tribuna

Joaquín Guzmán Cuevas

¿Refundación del capitalismo?

DESDE que estalló la crisis financiera en Nueva York y Londres, con tentáculos hacia el resto de los grandes mercados internacionales, se empezó a cuestionar los cimientos de nuestro sistema capitalista. Incluso, con motivo de la reunión del G-20 en Washington a finales de 2008, ya se empezó a escuchar la célebre expresión: ¿es necesario refundar el capitalismo?

Recientemente, la Universidad de Sevilla ha investido doctor honoris causa por Economía al gran escritor José Luis Sampedro. Aunque muchos no lo saben, Sampedro es también un gran economista, pero un economista que se sitúa fundamentalmente en el nivel del conocimiento filosófico, muy por encima del conocimiento meramente técnico que viene a caracterizar el saber de la inmensa mayoría de los economistas actuales. "Estamos viviendo en la barbarie, en la destrucción de los valores básicos", fue, quizás, el mensaje principal que Sampedro quiso transmitir en su discurso de investidura.

Es precisamente la absoluta insuficiencia del saber filosófico en Economía lo que, en mi opinión, está en la raíz de la gravísima crisis que está azotando los resortes del actual sistema económico globalizado. Sin duda, no se trata de una crisis coyuntural más, sino de una crisis sistémica que afecta a todos los países del planeta y que ha obligado a reunirse a los líderes mundiales más importantes, no sólo para tomar medidas de choque a corto plazo, sino también, para intentar adoptar nuevas reglas de juego en los circuitos económicos y financieros internacionales.

Sabido es que la actual crisis tiene su origen en las hipotecas basura, pero también en los defraudadores financieros, en la irresponsabilidad de las empresas de rating, en los astronómicos y abusivos sueldos de altos ejecutivos… Pero todo ello se ha desarrollado sobre una idea filosófica de búsqueda desenfrenada del beneficio rápido y fácil, mediante la especulación permitida en un mercado financiero global, donde los gobernantes económicos, impregnados de un dogmático credo "liberal", no reparaban en las graves consecuencias de la especulación indefinida y absolutamente desvinculada de la economía productiva.

No han sido pocos los economistas que venían, desde hace años, denunciando esos factores perversos de nuestro sistema financiero pero, lamentablemente, esos economistas no pertenecen a la ortodoxia económica acaparadora de los poderosos vértices del pensamiento dominante y, por consiguiente, sus voces se diluyen en los más recónditos rincones académicos e institucionales.

Desde hace tiempo se venía denunciando, sin ningún resultado, que los hedge funds minimizan el riesgo del especulador financiero mediante la diversificación de activos en paquetes cerrados. Pero esa minimización era sólo momentánea e individual, por lo que la burbuja creada algún día tenía que explotar. Como señalaba en 2005 los economistas Emilio Fontela y Paul Dembiski, "no se pueden descartar verdaderas crisis financieras, de las que ya hemos tenido múltiples ejemplos, por suerte, todavía limitadas en el tiempo y en el espacio (crisis mejicana, argentina, asiática, etc.) pero a las que la globalización puede dar dimensiones de tragedia mundial". Estas premonitorias palabras no las pudo ver cumplida el economista andaluz Emilio Fontela, que falleció en julio de 2007, precisamente cuando estalló esta tragedia mundial que ahora estamos padeciendo.

Quizás para reflexionar sobre el futuro de nuestro sistema capitalista sea necesario saber que el 50% de los hedge funds tienen su sede en paraísos fiscales, donde se estima que se concentra el 23% del PIB mundial, es decir, una riqueza equivalente, nada más y nada menos, que a la de Estados Unidos. Bien es cierto que en la última reunión del G-20 en Londres se decidió acabar con esta vergonzosa existencia de opacidad fiscal en la economía mundial, pero no es menos cierto que en la campaña de Obama hubo participación de hedge funds y que, como ha señalado el premio Nobel J. Stiglitz, el sistema financiero, en su perfil actual, es muy útil para determinados intereses.

En la reunión londinense del G-20 se reconocía el "impacto desproporcionado" de la crisis sobre los países más pobres del planeta, pero el grueso de las medidas tomadas, 1,1 billones de dólares, va dirigido a mantener la estructura actual de los mercados financieros internacionales mediante la inyección masiva de dinero. Probablemente, dentro de unos meses, las inmensas aplicaciones monetarias empezarán a dar resultado pero, como siempre, sólo en las economías desarrolladas, y volveremos al falso liberalismo y a la especulación desenfrenada, y así hasta que las crecientes desigualdades y la injusticia social globalizada obliguen, de un modo u otro, a una verdadera refundación del sistema, donde la ética y la reflexión filosófica-económica impere sobre la búsqueda miope del beneficio pecuniario a corto plazo.

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