Visto y oído

Francisco / Andrés / Gallardo

Reinas

LA historia de Isabel no es para entender cómo y por qué se creó este país actual que han puesto de cara a la pared y que se llama España. Aunque Fernando de Aragón (cuando cabalga toma pose de Curro Jiménez) llame a la calma hacia los fastidiosos catalanes y aunque Isabel de Castilla se presenta al futuro papa Borgia con unas patrióticas palabras que sólo parece que falte Manolo Escobar cantando por detrás, la serie de La 1 es para aproximarnos a cómo eran nuestros tatarabuelos. A saber qué cosas movían a los engranajes de poder cuando las relaciones sociales no tenían nada que ver con las de ahora. Isabel, por tanto, ha tenido ambición (como serie), ha tenido rigor y se ha ganado la continuidad aunque el ministro Montoro dijera que la televisión es "para pasar el rato". A una ficción como esta de Diagonal no sólo se la puede calibrar por los índices de audiencia, colosales con los dragones que las cadenas privadas le pusieron en el foso del castillo, o por el albarán que presenta la productora. Una serie como Isabel genera repercusión. Aquí y más allá, porque es de lo más exportable que se ha grabado por los contornos de una TVE desmotivada.

Se debe rematar la faena, aunque entre esperas se fue desbaratando mucho del edificio de esta primera temporada concluida con rotundidad. Bien en medios, con la ayuda del ordenador para que quedara lucida, y bien en interpretaciones: Ramón Madaula como el leal Chacón, Pedro Casablanc con las dobleces del vehemente Carrillo, el malvado trepa de Pacheco de Ginés García Millán, o el atinado Pablo Derqui como el bipolar Enrique IV. Los católicos siguen siendo un poco de purpurina, pero tanto Jenner como Rodolfo Sancho se han ido creciendo en sus roles, se fueron "creyendo" que eran Isabel y Fernando. Conclusión en alto para una serie que no se merecen los gestores de RTVE. Ni los de antes, ni los de ahora.

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