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La ciudad y los días

Carlos Colón

Reivindicación de la nostalgia

EL profesor Constantine Sedikides, director del Centro de Investigación Sobre la Identidad Personal de la Universidad de Southampton, nos ha hecho un hermoso regalo de Navidad: la reivindicación científica de la nostalgia. "Las personalidades nostálgicas -ha dicho- son en realidad las más fuertes, porque son capaces de ensamblar los fragmentos de su pasado y hacer de la vida un camino compacto. La nostalgia tiene un efecto positivo sobre la salud mental al hacer de puente entre lo que fuimos y lo que somos".

Avisando del peligro patológico que supone recluirse en el pasado para no afrontar el presente, el profesor Sedikides propone un retorno positivo al negativo origen etimológico -nostos (regreso) y algos (dolor)- y clínico de la palabra nostalgia, utilizada por primera vez en el siglo XVII por el médico suizo Johannes Hofer para designar la patología que afectaba a los soldados movilizados que él describió como "dolor por la lejanía del hogar". El siglo XIX robó la palabra a la medicina para expresar el desasosiego ante un mundo regido por el determinismo, el positivismo, el maquinismo, el mercantilismo y todos los ismos que primero hicieron iguales a los hombres y después a los pueblos, inaugurando la áspera, anónima y progresivamente idéntica e indiferenciada vida moderna que, siglo y medio después, vemos culminar en la globalización de la estupidez. Este dolor por la lejanía del hogar, al que el doctor Hofer llamó nostalgia, se convertiría desde entonces en dolor por esos otros hogares perdidos que son los momentos de luz que nos alumbran desde el pasado personal o colectivo. Se iniciaba así una gloriosa tradición literaria que iría desde Baudelaire o Bécquer hasta Proust y nuestro Gil de Biedma, que iniciaba su poema De senectute con este verso bello y terrible: "No es el mío, este tiempo".

Por ello, sin duda, la modernidad progresista miró siempre con malos ojos a la nostalgia ("la historia cura la nostalgia", se decía para recalcar que cualquier tiempo presente es mejor), aliándose con la modernidad conservadora que por otras razones -de carácter inmobiliario, podría decirse- también pretendía que todo lo nuevo era mejor que lo que se derribaba. Es de agradecer que frente a unos y otros el profesor Sedikides haya prestigiado científicamente la nostalgia, dándole un sentido positivo ligado a la memoria y la emoción. A ver si nuestros destructores munícipes lo traen a él, en vez de a los asesores de Obama, para que les imparta un curso de nostalgia urbana positiva que podría llamarse "La ciudad como puente entre lo que fuimos y lo que somos".

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