Desde la bulla

Paola / Vivancos

Religiosidad popular

Anadie, por poco versado que se halle en temas cofradieros, escapa que la Semana Santa de Sevilla constituye la más importante de las manifestaciones sevillanas de la piedad popular y, junto a la Romería del Rocío, de Andalucía. Denostadas otrora este tipo de manifestaciones, el gran Papa del pasado siglo, Pablo VI, reivindicó el importante papel de la religiosidad popular en su Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandii. Decía el Santo Padre, cuando aún refrescaban a la Iglesia los aires del Concilio Vaticano II, que la religiosidad popular "refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer" y continúa afirmando que "engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción".

Buena nota habrían de tomar quienes, incluso desde las jerarquías eclesiásticas, critican acerbamente este fenómeno cultural y religioso, quienes desprecian impíamente a esas mujeres sevillanas que cada tarde de viernes cumplen con la carga más leve de todas las que las tienen atadas al suelo, acudir a rezar ante el Señor en su basílica de la Plaza de San Lorenzo, como hicieran sus madres y ojalá enseñen a hacer a sus hijos.

Ante Él y en confesión directa, sin necesidad de intermediarios, contarán sus cuitas, le pedirán por sus hijos para que los saque del paro o los arranque de la droga, para que sus maridos dejen la bebida o para que les agarre el brazo cuando borrachos las golpean. Esas mujeres en San Lorenzo, como otras junto al Arco de la Macarena, sí han visto de cerca el rostro de Dios encarnado, no necesitan de profundos conocimientos teológicos, saben y cumplen como ninguno el mandamiento fundamental: "Amaos los unos a los otros, como yo os he amado". Son bienaventuradas porque sufren, tienen limpio el corazón y padecen hambre de Justicia. Para ellas, como para si predicara el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, hacer teología es escribirle una carta de amor al Dios en quienes creen.

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