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Ignacio Martínez

Réquiem andalucista

LOS andalucistas han desaparecido del Parlamento regional por primera vez en 26 años. Y si vuelven alguna vez, u otro partido ocupa su lugar, tendrá que ser con una propuesta muy distinta. Fundado como Partido Socialista de Andalucía (PSA) en 1976, este grupo ha sido un gran animador de la vida política andaluza. Es muy probable que si no hubiese existido un partido semejante la región no habría emprendido el proceso autonómico por el artículo 151 de la Constitución, que sólo se aplicaba a catalanes, vascos y gallegos. Con todo, la UCD se resistió y en el PSOE hubo serias dudas, que despejó el empuje del primer presidente andaluz, Rafael Escuredo.

Pero la progresiva indefinición ideológica y estratégica de los andalucistas durante este largo período les ha llevado al borde de la desaparición. La deriva programática es un mal de todos, pero se le nota más a los pequeños. Los ideólogos fundadores del PSA no reconocerían hoy el producto final, pero tampoco nadie identificaría a la Andalucía actual si se la compara con la de hace 32 años. Aquel era un partido de izquierdas en una Andalucía subdesarrollada, preocupada por la emigración, de jornaleros sin tierra y sin trabajo, con una agricultura de mucha mano de obra... Una región que estaba lejos de entrar en Europa, que ni soñaba con el euro, las hipotecas baratas, el auge de la construcción, el turismo residencial o la agroindustria.

Ahora hay una clase empresarial emergente, que se queja más de la falta de apoyo político que de las dificultades de financiación. El partido regionalista que venga, si es que llega, tendrá que representar los intereses de esta burguesía emprendedora, cada vez más ilustrada. Ese partido regionalista deberá exigir a la sociedad andaluza sacar un mayor rendimiento a sus valores. A los olivareros, por ejemplo, condicionar el cobro de 125.000 millones de pesetas anuales de subvenciones europeas, a que envasen y creen marcas y mercados exteriores. Deberá ayudar a exportar a empresas industriales eficientes y no subvencionar hasta el infinito proyectos estructuralmente deficitarios. Tendrá que convencer a los promotores que sus nietos también podrán ganar dinero en el negocio residencial y que hay que racionalizar la ocupación del suelo.

Cualquier otra alternativa regionalista que surja tendrá que tener como principal objetivo liderar esta sociedad, más que habituarla a poner la mano a papá junta, papá estado o a papá europa. Una propuesta bajo las divisas de esfuerzo, eficacia y prestigio. La de una Andalucía de la que se pueda presumir, cuyas elecciones no haya que camuflarlas detrás de las generales, ante el temor de que el pueblo soberano no se vaya a molestar siquiera en ir a votar. Y todo esto con la dificultad que supone hacer un partido andaluz donde no hay andaluces: hay sevillanos, gaditanos, granaínos… pero no hay andaluces.

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