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HELENA Resano acaba de publicar La trastienda informativa. Le apetecía ordenar todo el material acumulado que emplea para desarrollar las clases de periodismo que imparte y, de paso, aprovechó para escribir una especie de primeras memorias. Me bebí el libro en dos sentadas. Sucede cuando lo que tienes entre manos te interesa tanto que el resto del mundo se volatiliza.

Tras la lectura, que recomiendo amistosamente a todos los interesados en el mundo de la comunicación, quedaron revoloteando en mi mente algunas cuestiones. Resano relata con fidelidad cómo es una jornada en el seno de los servicios informativos. Reuniones desde primera hora de la mañana. Confección de escaletas. Más reuniones. Piezas que se caen por falta de tiempo ante los imprevistos. Y un concepto clave, el de "lonja de información", un mercado al que los editores y redactores deben acudir cada mañana, o cada tarde, para elegir con qué ingredientes confeccionarán su menú.

Comprendo la pasión que pone Helena Resano en todo el proceso. Cómo se implica y cómo lo vive. Y de hecho, lo más emocionante del libro corresponde a la parte personal, la de esa joven navarra que, arrastrada por la vocación, se marcha a Madrid, con el consiguiente disgusto para los padres, con tal de emprender la incierta carrera en el mundo del periodismo. Comprendo y comparto todo ese entusiasmo, que es el que llena de vida la vida. Sin embargo, reconozco que vistos desde casa, y vistos con verdadera fidelidad, da la impresión de que los informativos que presentan Resano y sus compañeros, al final, no son más que sota, caballo y rey. Una especie de 'crónicas indignadas', necesarias, ágiles, y muy entretenidas en las que sabemos de antemano qué vamos a encontrar. Como si hubiese muchísimos puestos de esa lonja a los que los redactores no se van a acercar. Ese género no interesa.

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