Sine die

Ismael / Yebra

El Retablo de las Maravillas

HAY ciudades que gozan de un nombre en el panorama mundial; unas veces es por su situación geográfica, otras por su pasado histórico y otras por su importancia en el presente. Sevilla es una ciudad que ha tenido periodos importantes a lo largo de la historia. Su momento de esplendor coincidió con el contacto con América favorecido, en gran medida, por la proximidad al Guadalquivir y su navegabilidad. Su papel en el mundo actual dista mucho de lo que fue y, aún más, de lo que podría haber sido.

Al paso que va, nuestra ciudad está irremisiblemente condenada a remitirse al pasado igual que esos viejos chochos que se pasan la mañana contando batallitas a sus contertulios de casino, remontándose a un tiempo en el que tal vez hayan podido ser algo, pero conscientes de que ya no son nada. Ante la falta de proyectos de futuro y de soluciones imaginativas capaces de poner las bases para un desarrollo real, Sevilla se vende en almoneda y comercia con su intimidad sirviendo su alma en bandeja al diablo.

Venecia tiene su carnaval, Siena la carrera del palio, Pamplona sus sanfermines y Sevilla explota su primavera. El olor a azahar parece aturdirnos a los sevillanos como si fuera nuestra droga dura por excelencia. Gigantismo patológico que Carlos Colón definió perfectamente en esta página hace dos días hasta llevarnos a la Decena Santa y a una Feria de diez días. El único desarrollo posible, según parece, es a través de la fiesta y la diversión. A la imagen que nos asignaron el pasado siglo de una Sevilla de pandereta se suma ahora esta otra de la chusma y el casticismo grosero. Y los indígenas tan contentos. Todos felices de asumir ese papel de graciosos oficiales del reino, cantantes folclóricos, músicos con uniforme de opereta, camareros serviles y cuentachistes profesionales que llevan años esperando a Míster Marshall.

Parece cosa del destino que Sevilla rime con maravilla, una puesta en escena de ese retablo que Cervantes crea en uno de sus entremeses y cuya autoría asigna al sabio Tontonelo nacido en la ciudad de Tontonela. Pena, penita, pena da asistir a la exhibición de tal farsa y a la representación de tal sainete, con una autocomplacencia que los números se encargan de poner en su sitio. Lugar de destino de Rincón y Cortado, patio de Monipodio, qué gran escenario sin duda para la representación permanente del Retablo de las Maravillas.

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