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Confabulario

Manuel Gregorio González

E l Rey ecónomo

DADA la imposibilidad de un acuerdo, el Rey ha recomendado a los partidos una campaña austera, que no grave en exceso las menguadas arcas públicas. Naturalmente, esto no significa que Felipe VI esté aquejado de aquella avaricia trémula y desguarecida de Miguel Ángel; y tampoco que su majestad viva pensando en el pálido rubor del oro, como aquel Ebenezer Scrooge con el que Dickens encarnó la sequedad del alma victoriana. Uno diría, más bien, que Felipe de Borbón quiere emular la modesta contaduría de Carlos III, y ese tono ilustrado, reflexivo, circunspecto, con el que el antiguo rey de Nápoles abordó los asuntos de la Corona española.

Sin embargo, no es esta escueta admonición la que me parece más importante. Más aún que el respeto a las arcas comunes, la recomendación sustancial de Felipe VI, Borbón con perfil de Habsburgo, ha sido ésa de no cansar a la ciudadanía con una nueva campaña, en la que la fatiga venga coronada por el descrédito. Una de las razones más sólidas para espaciar la agenda electoral (uno de los argumentos más razonables para desechar el plebiscito continuo, hoy tan en boga) es la obligada distancia que debe guardarse entre los asuntos públicos y la apacible intimidad del ciudadano. Exceptuando a la maltrecha y azacaneada raza de los periodistas, el resto de los mortales pretende vivir en una pudorosa relación con la res publica que le permita ir, como en el verso de Miguel Hernández, de su corazón a sus asuntos, sin que se le crucen por el medio el Derecho Administrativo y la traída de aguas. Lo cual no quiere decir, como resulta obvio, que el ciudadano deba desentenderse del azar político y de la mortecina retórica parlamentaria; pero sí que vivir con un candidato sentado de continuo a nuestra mesa es, sobre incómodo y gravoso, innecesario.

Recordemos aquí que uno de los grandes aciertos de Carlos III fue aquél de auspiciar el redescubrimiento del mundo clásico con las excavaciones de Pompeya y Herculano. Con mucha mayor modestia (la Historia ya no es lo que era), Felipe VI ha dado en señalarnos que la política no puede colonizar la vida de sus administrados. Bien es verdad que resulta muy grato conocer las costumbres de nuestros candidatos, y cuáles son sus aficiones, y a qué hora leen el Marca. Pero un candidato es, principalmente, un señor de visita. Y, después de tantos meses de campaña, uno no ve la hora de ponerse el pijama.

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