EN su cine Jaime Rosales propone explorar emociones, ideas y formas. Nobles objetivos. Jaime compareció en los Cursos de Verano de la Complutense y demostró, una vez más, tener la cabeza muy bien amueblada. Lo que no es sinónimo de permanecer instalado en la pedantería ni en la arrogancia. Rosales parte de una máxima. Hacer cine es resistir. Resistir contra la vulgaridad. Resistir contra la falsedad. Estimular la inteligencia y la sensibilidad. Cada película es un reto. En el que deja fluir, primero, durante el proyecto, ideas, y más tarde emociones.

Los actores entran en el rodaje como instrumentos desafinados, y tras dos meses de concienzudos ensayos salen sonando a gloria. Imbuido por una suerte de filosofía zen, Jaime Rosales entiende cada rodaje como una mezcla de relajación y de tensión. Como el tiro al arco. Para este realizador, el montaje es todo un misterio. El espacio donde el creador debe decidir dónde mejora y dónde empeora el conjunto eliminando o no eliminando secuencias. Rosales apela a las emociones sin subrayados. Por eso no emplea la música como elemento narrativo y por eso prohíbe llorar a sus actores. Aunque él, que se autodefine como un hombre duro, reconoce que lloró en dos momentos del rodaje de La soledad. Una película que vieron 40.000 espectadores en el momento de su estreno y 80.000 después de lograr el Goya. Las teletiendas o el horóscopo de las madrugadas de Tele 5 son vistos por esa cantidad de público. Pero, claro, Jaime Rosales no es un hombre mediático. Y su verbo todavía no puede ser carne de plató. Contrasta la sobriedad de sus propuestas, la próxima, Tiro en la cabeza (obsérvese su sequedad en la falta de artículo determinado) con el estreno de la ficción sobre la muerte de Miguel Angel Blanco, producida por El Mundo. Cualquier comentario al respecto es pura redundancia.

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