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la tribuna

Rafael Rodríguez Prieto

Rubalcabismo

LAS ideas han perecido en el socialismo español a manos de la nomenclatura. La generación que condujo al partido a sus mayores cotas de poder ha decidido fosilizarse y permanecer por tiempo indefinido. Es la misma generación que nació y se reprodujo durante los años en los que existía un cierto acuerdo entre capital y trabajo. Un tiempo, ya lejano, en el que el socialismo español trató de recorrer un camino similar al de otros partidos socialdemócratas europeos, sólo que más tarde y bajo la influencia de la nueva derecha thatcheriana, de la que González fue un fiel seguidor años antes que Blair. El Estado de bienestar español nunca fue tan sólido como el francés o los escandinavos, pero para los españoles supuso un cambio relevante, agradecido en varias elecciones, hasta que el hedor de la corrupción terminó por descabalgar a los jóvenes de Suresnes.

González, Almunia, Zapatero y Rubalcaba. Hasta el postrero presidente, a pesar de su juventud, puede incluirse en la nomenclatura criada en los años posteriores a la Transición. No en vano Zapatero fue diputado en los gobiernos de González. Usando la feliz idea de Juaristi en relación al nacionalismo vasco, en el PSOE percibimos un bucle melancólico referido a un pasado triunfal, donde el pacto entre el capital y el trabajo era efectivo y las elecciones se ganaban sin pestañear porque ya había habido demasiados años de franquismo. Hoy esos dos elementos han desaparecido. Franco es sólo un personaje invitado en los Nodos de Amar en tiempos revueltos y el pacto que favoreció los derechos sociales en Europa ha dado paso al omnímodo Banco Central Europeo y a las políticas de erosión del Estado de bienestar.

El socialismo español ha quedado inerme y sin ideas propias. Se ha transformado en una franquicia para ganar elecciones o para esperar pacientemente a que le toque el turno de gobernar, después de que su pareja de baile pepera canse a los desilusionados ciudadanos. Y así una vez tras otra. Un neoturnismo sin Cánovas ni Sagasta, pero en HD. El socialismo español ha asumido los valores y el programa del neoliberalismo. Sus políticas lo atestiguan. Incluso su fábrica de Ideas no es más que un centro dedicado a justificar su giro a la derecha. El PSOE recuerda al PRI: sus fundamentos se han travestido en unas pocas medidas cosméticas y en la total hegemonía de la imagen. No niego que algunos aliños progresistas fueran positivos, como el matrimonio homosexual o la ley antitabaco. Otros, como la deriva identitaria, han sido enormemente dañinos. Sin embargo, nada puede compensar el abandono de la lucha por los derechos sociales, por la participación real y a favor de una fiscalidad más equitativa. La protección de los servicios públicos frente a la agresión neoliberal no se compensa con un pañuelo palestino

No es que Carme Chacón fuera la persona más propositiva del mundo o se dispusiera a protagonizar un cambio de orientación decisivo. No hemos visto un debate de ideas entre ella y Rubalcaba; tan sólo fue una discusión, entre nombres y, si me apura, sobre género o entre catalanes y castellanos, Madrid o Barcelona. Un debate tan empobrecedor como la propia liga de fútbol, cada día más soporífera y previsible. Sin embargo, hubiera habido una ligera esperanza. Con Rubalcaba no existe tal posibilidad. El rubalcabismo es la encarnación de una ibérica cuarta parte del Señor de los Anillos; un Golum fascinado por el poder del anillo, capaz de sobrevivir a los lesivos fuegos del Gobierno de ZP y reconquistar un anillo indestructible en el Monte del Destino, antigua Expo 92. Su "tesoro" es la metáfora perfecta de un bucle melancólico que completa la adquisición a plazo fijo del partido fundado por Pablo Iglesias. No hay más: reinar y, cuando los ciudadanos se harten de la circunspecta jeta de Rajoy, gobernar.

La jubilación de esta generación es esencial para que el socialismo español tenga futuro. La socialdemocracia debe abandonar su autodestructiva orientación neoliberal. El socialismo español debe comprender que el pacto entre trabajo y capital se ha roto definitivamente. El capital no piensa llegar a acuerdos. Se ha despojado de la coyuntural inercia negociadora de posguerra y de la amenaza de la dictatorial URSS. Es por ello que el socialismo debe cuestionar el modelo productivo hegemónico y plantear nuevas vías que ya existen. Debe abogar por la protección de los servicios sociales y cooperar con los movimientos ciudadanos, como el 15-M, para profundizar en la participación real y eficaz de los ciudadanos. Lo contrario es asentarse en un turnismo de polichinelas que terminará el día en que los ciudadanos tomen la calle cansados de la tomadura de pelo que justifica la diferencia entre un salario mínimo de 600.000 euros para un banquero y de 600 para un trabajador.

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