TRÁFICO Cuatro jóvenes hospitalizados en Sevilla tras un accidente de tráfico

Hoja de ruta

Ignacio Martínez

Ruido nacional

TA-TA-TA tatam ta-ta-ta tatam ta-ta-ta tatam. Va usted tan ricamente en el tren, leyendo, y un niñato, con perdón, va seis asientos más atrás con el volumen del mp3 a tal potencia que en pocos años se quedará sin oído. El sentido del gusto y la educación ya los tiene perdidos la criatura. Como dice un amigo austríaco "va con toda la pastilla", atronando el vagón con su ta-ta-ta tatam ta-ta-ta tatam ta-ta-ta tatam ajeno a la molestia que causa en su alrededor. No todo está perdido, el interfecto tiene algo de sensibilidad y no puede aguantar el ruido ensordecedor de su artefacto sonoro y se ha quitado uno de los auriculares. Así, los sufridos pasajeros en 15 metros a la redonda pueden disfrutar de la ¿música? que gasta el muchacho.

Su caso es como el de los niñatos, con perdón, que van tan orgullosos en sus automóviles tuneados a los que han instalado un amplificador de discoteca. Bumbun bumbun bumbun bumbun. Van por la calle atronando al vecindario, con los cristales bajados. No lo hacen sólo por hacer una exhibición de vatios, aunque pretendan equiparar su masculinidad al ruido de los altavoces o a los caballos de su motor. No. Lo hacen porque no serían capaces de aguantar los decibelios con las lunetas laterales cerradas. Bumbunbumbun.

Si hay algo, una sola cosa, que distingue a España del resto de la Europa más civilizada es nuestra mansa tolerancia con la contaminación sonora. Aquí tenemos mucha preocupación, que comparto, con el cambio climático, el efecto invernadero, los cinturones verdes y las zonas públicas libres del humo del tabaco. Pero nadie parece reparar en que el ruido es una de las agresiones más graves al medio ambiente cotidiano. Hace años, una concejal de Málaga propuso cambiar la normativa de ruidos para desplazar el botellón de la Plaza de la Merced a un paseo junto al puerto. Pero no cambió los niveles de contaminación acústica. Los jóvenes que por docenas conducen motillos en nuestras ciudades tienen varios defectos, como aversión al casco o escaso respeto a los semáforos. También les gusta quemar gasolina, con acelerones en punto muerto y derrapes. Ruido que debe subir la adrenalina de los pedrosas y lorenzos de pitiminí, pero que molesta a los sufridos vecinos.

Si usted tiene la desgracia de vivir en una zona de movida, o cerca de una discoteca con escaso aislamiento, que Dios le guarde. Tutum tutum tutum tutum. Porque los legisladores todavía no se han percatado de hasta qué punto los niveles tolerados de ruido están por encima de la media europea. Tampoco algunas autoridades se han dado cuenta de hasta qué punto el escaso civismo y falta de educación está pidiendo a gritos una materia en la escuela que palíe el problema. Pero el fundamentalismo más numantino está en contra de que en España se imparta una educación cívica. Así nos va.

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