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Cambio de sentido

Carmen Camacho

Sacar los pies del texto

QUE poder expresarnos es un derecho sin el cual apaga y vámonos, y que esta libertad tiene un bordillo, lo sabe cualquiera con dos dedos rasos de frente, y ante la duda, puede irse a la Constitución, que allí viene en prosa clara. Tenemos pues un bosque inmenso -el de poder decir- y su confín -injurias, calumnias, apologías delictivas o la protección del menor-. En los últimos tiempos siento que ese margen se angosta y que expresiones disidentes de cualquier índole escandalizan mucho y se tienen por extremas. No hablo, no solo, de lo punible y de quienes interpretan la ley rasgándose las togas; hablo de la tensión que se respira en este ambiente en el que los biempensantes -que también haylos entre hipsters, jipis o rockeros de clavel- cada vez son más aprensivos. El puritano de cualquier signo desea ser escandalizado para luego erigirse en desatado polemista ante el contrario. Tanta observancia a los dogmas de cada tribu y sus nomenclaturas oprime e inquieta. Una se siente a cada paso a punto de sacar los pies del tiesto, y del texto.

Bob Esponja denunciado por exaltación del terrorismo. Roma cubre sus bellezas desnudas para no ofender al gerifalte iraní. Ciudadanos pide suspender "por prudencia" un concierto de Def con Dos. Un torero, trending topic por retratarse con su hija en los capotazos. Piden un año de prisión para Rita Maestre. Una poeta (más) pone el Padrenuestro bocabajo y se lía el taco. Titiriteros que para unos son poco menos que la Bizca y la Pinocha, y para otros poco más que Sacco y Vanzetti. Tintas que, por barrios, parecen cargarse a favor del derecho o de su límite en función de si nos mientan a Alá o a Undivé. De fondo, los cacareos -hasta hace poco en horario infantil- en el serrallo televisivo de Mujeres y hombres y viceversa. Qué estridencia.

En estos días raros pienso en el Federico de Grito hacia Roma, en Maruja Mallo entrando en bicicleta en plena misa mayor, en los demonios de Pasolini que levantan la cola y expiden clérigos. En Silvio al grito de "¡viva la Benemérita!". En todo lo heterodoxo, lo que azuza, cimbrea, ensancha. En que quiero al vecino, entre otras cosas, porque no piensa como yo, y me lo dice. Y en Violeta C. Rangel, los Machado y en el Nazario de Cita en Sevilla. En rabeladas satiretas. En la templanza de Santa Teresa. En toda la anchura que me recuerde que, salvo casos a todas luces punibles, dan mucho asco los pelos en la lengua. Casi tanto como la bilis de quien odia.

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