TRÁFICO Cuatro jóvenes hospitalizados en Sevilla tras un accidente de tráfico

PRUDENCIA y discreción ha pedido formalmente el presidente del Gobierno ante el secuestro de los tres voluntarios catalanes que transportaban medicinas, ordenadores y enseres diversos a las ONG que ayudan a sobrevivir a mucha gente en Mauritania y en otros países africanos.

Es lo que se necesita para hacer posible una salida feliz a un suceso lleno de aristas y complicaciones. Le que no se necesita es justamente lo contrario: convertir el secuestro en motivo de debate político y pretexto para la polémica nacional, como ocurrió con el Alakrana. Que los raptores se encuentren enfrente a una nación unida y solidaria, sin grietas entre sus responsables, es lo peor que les puede ocurrir. También ayudará a la solución que el Ejecutivo actúe con coordinación y firmeza y que mantenga informados a los familiares de los rehenes y a todas las autoridades concernidas. Parece que esta vez sí hemos aprendido.

Este secuestro es más peligroso que el del atunero vasco. Los piratas somalíes únicamente querían una cosa: dinero. La detención por la Armada española de dos de sus compinches no significó un cambio cualitativo en sus exigencias. Sólo les sirvió para subir el precio del rescate. Del secuestro de los cooperantes -por cierto, es digna de elogio la gran implantación de ONG de todo tipo en Cataluña, como corresponde a una sociedad desarrollada- se atribuye la autoría a una franquicia de Al Qaeda en el Magreb, y eso lo complica todo. Aunque muchas de sus acciones anteriores se han saldado con el pago de unos cuantos millones de euros, ninguna organización terrorista renuncia así como así a una de sus principales armas: la propaganda. Para los integristas islámicos, como para ETA y demás, es fundamental difundir sus diarreas ideológicas y atemorizar a los enemigos, que somos todos nosotros. Tampoco se olvidan de sus hermanos que sufren la invasión de Afganistán por los "cruzados" o la cárcel aquí por haber matado infieles (sigo hablando de nosotros, obviamente).

Cualquiera de estas reivindicaciones más que posibles en este caso -retirada de Afganistán, liberación de terroristas, difusión de comunicados- resulta ser material innegociable para el Estado democrático. Hay que hacer todo lo posible por rescatar con vida a los tres generosos catalanes aprehendidos en Mauritania, y no hay que hacer lo imposible. Lo imposible es poner a España de rodillas y aceptar el chantaje de los secuestradores. Hace doce años la sociedad española aguantó, con el corazón encogido, que ETA asesinara a Miguel Ángel Blanco por no acceder a trasladar a los presos etarras. Fue terrible, pero necesario. No había otra salida. Ahora tampoco.

Lo escribo consciente de que si yo fuese un familiar de los tres rehenes escribiría precisamente lo contrario. Una gran contradicción.

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