COINCIDIENDO con una época esplendorosa del equipo llegó al club un nuevo consejero para hacer un diagnóstico memorable. Estamos en el verano de 2005 y el Betis se dispone a exhibir su Copa del Rey por un espacio de oro, la Champions. El equipo daba la talla, pero el club continuaba muy por debajo de ese nivel con el mandamás emboscado en su casa y huyendo de los grandes escaparates que le esperaban por plazas de mucha prosapia en el concierto continental. Y en ese estado de cosas, un nuevo consejero que hacía honores a su condición de médico para emitir un diagnóstico esclarecedor sobre el Betis.

Ese consejero era, y es, Víctor López García-Aranda, cardiólogo de prestigio y que rápidamente iba a exhibir su ojo clínico respecto al club de las trece rayas. Dijo el galeno al poco de arribar a Heliópolis: "Cuando oía cómo Lopera se agarraba tanto al Gran Poder me chocaba, pero ahora que conozco al club por dentro he de reconocer que sin los buenos oficios del Gran Poder sería imposible su supervivencia". Ole por el médico con su parte facultativo, con un diagnóstico digno de su pericia profesional. Y es que en el Betis cualquier menudencia se eleva a categoría de trascendente y cualquier asunto menor se convierte en un virulento huracán.

Está pasando ahora y después de que el nuevo orden saliese en loor de multitud por el retorno del equipo a su hábitat. Resulta que tras haber conseguido algo por lo que nadie hubiese apostado hace seis meses todo se ha puesto en tenguerengue a causa de unas decisiones de perfil bajo que están teniendo una repercusión sólo imaginable en el Betis y sus circunstancias. Yo estoy convencido de que echar a Miguel Valenzuela es una torpeza y que pocos de su valía pueden sustituirle, pero de ahí a que se le dé la trascendencia que se le está dando es para desempolvar el diagnóstico del doctor López y pensar una vez más que el Real Betis Balompié vive de milagro.