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cuchillo sin filo

Francisco Correal

Señas de identidad

SI alguien no tiene claro que los nacionalismos sean "la cultura de los incultos", como los ha llamado Mario Vargas Llosa, le propongo un ejercicio que más que castigo es un verdadero disfrute: puede leer Señas de identidad. Juan Goytisolo no pudo elegir un título más revelador cuando publicó esta novela en México en 1966. Su delicada salud le impedirá hoy clausurar el congreso de heterodoxos y transgresores de la Fundación Caballero Bonald con una conferencia titulada Belleza sin ley que leerá su amigo y compañero de colegio mayor y generación literaria que apadrina la institución jerezana.

Novela antídoto contra lugares comunes, Goytisolo apunta en la novela el inveterado temor de Cataluña a las diferentes invasiones ahora retomadas por esa bula cavernaria contra las maniobras aéreas. Invasores del Norte, como las danesas que hacían autoestop o los bárbaros que al primer empujón "se plantarían en el Pirineo", rematada con una frase de película de Berlanga: "¡Señorito, los kirguises!". Invasiones del Este que descritas hace medio siglo denotan una intuición portentosa en el novelista: "Europa se desangra, mientras Asia afila los dientes". Y, claro, los invasores del Sur. El jornalero andaluz que la señora temía que fuera de los maquis. Una Andalucía evocada por Goytisolo como tierra de contrastes: miseria, chabolas, tuberculosis infantil y, sin embargo, "la esperanza más que en ninguna otra parte".

Parte de la acción transcurre en 1963, el año que muere Cernuda y matan a Grimau. La visita al cementerio de Barcelona para enterrar a un profesor antifranquista es el hilo conductor de la trama. Habla Goytisolo del "seny de los muertos". La estratificación social entre "charnegos andaluces y barceloneses ricos". Estos últimos confiaban en los mismos arquitectos para construirles los chalés de Lloret de Mar o Sitges y los panteones y parterres funerarios. En la novela hay charnegos y separatistas. Y un anarquista antisistema que acaba en próspero empresario con palco en el Camp Nou y participa en la comisión que organiza el recibimiento a prisioneros de la División Azul que vuelven de Rusia.

En la novela hay hasta una convocatoria de huelga. Y medio siglo después uno no entiende por qué los sindicatos, que vuelven a convocarla por segunda vez en el mismo año, no han levantado una sola voz contra los perjuicios que para la clase trabajadora puede suponer la independencia de Cataluña. El seny sindicalista se la coge con papel de fumar en estas cuestiones. Mira al cielo por si caen kirguises o danesas y se queda inpertérrito ante esta consagración de ciudadanos de primera y de segunda categoría certificada por la utopía moreneta de la cultura de los incultos.

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