La ciudad y los días

Carlos Colón

Ya está el Señor en Santa Rosalía

LE esperan allí las luces más claras de las mañanas de verano. Le esperan allí todos los soles de agosto reverberando en el largo muro blanco desde el que Santa Rosalía se asoma a través de su azulejo. Le esperan allí los vencejos que cada mañana saludan la luz con su aguda fanfarria y cada atardecer la despiden rasando los muros enfebrecidos de las casas. Le esperan allí los ángeles, las musas y los duendes que Joaquín Romero Murube convoca en aquel ámbito inigualable, claro abismo que guarda lo más sevillano de Sevilla, desde la lápida que recuerda que vivió en el número 21 de esa calle. Le espera allí, en adviento de angustia y vigilia de jazmín, el fantasma dos veces fantasma -tan ausente era su presencia- de Rafael Laffón, quien tantas veces, cuando el alba asoma por esa calle, lo vio pasar bajo sus ventanas camino de San Lorenzo como un "alto fanal de trágica galeota sobre un mar de encrespada muchedumbre".

Deja por primera vez su casa después de cuarenta y tres años. Pero no pisa suelo extraño ni va donde le consideren un invitado. Anda sobre el suelo que cada año bendice al pisarlo, camina por donde cada Madrugada sale buscando almas -Conde de Barajas, Jesús de Gran Poder- y por donde cada amanecer vuelve -Gavidia, Cardenal Spinola- cargando dolores, penas, gracias y oraciones. Y va adonde tiene que ir, a la casa de las Capuchinas cuya orden nació en un hospital de incurables.

La cura de quien cree no tener cura; el camino de quien teme haberlos extraviado todos o hasta que no hay caminos; el principio siempre renovado de quien siente que ha llegado al término de sus fuerzas, de sus esperanzas o de su vida; el Dios que con su poder alumbra toda oscuridad y quiebra toda madrugada; la imagen prodigiosa que hace resonar la palabra de Dios en cada corazón como si estuviera siendo pronunciada por Jesús mismo para él hoy y aquí; la forma humana que toma el Santo cuando carga con el pecado, el Eterno cuando se hace tiempo, el Inmortal cuando es oprimido por el dolor y la muerte; el Dios tierno, misericordioso y compasivo que se hace hombre para despertar en el hombre el Dios que lleva dentro; el Señor que cada mañana de Viernes Santo convoca en su plaza a los pájaros con los que Francisco, el padre de las Capuchinas, hablaba; el Hijo al que Sevilla llama Padre ya está en la que, por ser estos meses su casa, será también la de todos los sevillanos. Alma a alma se lo dirán unas a otras todas las hermanas capuchinas que allí han vivido hasta llegar a sor Josefa Manuela, su primera abadesa sevillana: ya está el Señor en Santa Rosalía, con nuestras hermanas.

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