PARECE una secuencia más propia de ser escenificada en Taormina o Chicago que en Alcalá de los Panaderos, ese pueblo al que íbamos antaño como el que va en busca de un edén soñado. Entrañables recuerdos de veladas en Oromana o, anteriormente, de juegos junto al azud en el meandro que hace el Guadaíra por allí. Y memoria de amigos extraordinarios, unos que se fueron para siempre y muchos que aún conservamos en una distancia demasiado alargada, recuerdos también de sesiones interminables de flamenco por donde el Camino de Joaquín el de la Paula. Pero nada que ver con lo de antier por la mañana cuando dos encapuchados se liaron a tiros con uno que en vez de acoquinarse se vino arriba, se montó en el coche y, como si fuera Belmondo, escapó de aquel infierno a volantazo limpio. No debía parecer Alcalá, sino cualquier pueblo de Sicilia o el centro de Chicago años 20.
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