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YA he hablado otras veces de estos temas, pero vuelvo a hacerlo porque el otro día mi hijo me pidió que le explicara qué era una sinalefa. O mejor dicho, cuál era la diferencia entre la sinalefa y la sinéresis. Era uno de los temas de Lengua y Literatura de 2º de ESO. Al preguntarme aquello, mi hijo puso una mueca burlona: "Te lo pregunto porque a ti te gusta la poesía, ¿no? Seguro que sabes de qué van estas cosas". Haciendo de tripas corazón, intenté explicárselo, y más o menos conseguí salir airoso de la sinalefa, pero cuando llegué a la sinéresis me quedé en blanco. Mi hijo me miró con aire de triunfo. "¿Tú no eres poeta? ¿Cómo es posible que no sepas esto?", me volvió a decir, esta vez con un recochineo que habría hecho palidecer de rabia a don Pantuflo Zapatilla, padre de Zipi y Zape. Pero no le pude contestar de ninguna manera porque yo no sabía qué era una sinéresis. Tuve que pedirle el libro y leerme la definición, pero tampoco sirvió de nada porque me lié con los diptongos y los hiatos, así que al final tuve que desistir. "Lo siento mucho. No lo sé".

Puede parecer una simple anécdota, pero no lo es en absoluto. Si alguien como yo, que lee y escribe poesía -con resultados discutibles-, no es capaz de explicarle a su hijo qué es una sinéresis, ¿cómo vamos a pretender que unos padres que no saben nada de literatura puedan ayudar a sus hijos a hacer los deberes o a preparar un examen? Hace más de cuarenta años, cuando yo tenía la edad que ahora tiene mi hijo, tuve que aprenderme las sinalefas y las sinéresis en clase, pero ahora me he olvidado, y aunque sé medir los versos -o eso creo-, lo hago por una especie de intuición y con la ayuda de los dedos, lo mismo que mucha gente que sabe montar en bicicleta es incapaz de explicar cómo consigue hacerlo. Así de simple.

Pero lo bueno del caso es que nadie parece haberse planteado, en estos cuarenta años de cambios constantes en los programas educativos, que las sinalefas y las sinéresis no pueden interesar a ningún escolar en su sano juicio. Porque lo demencial de esta historia es que se les exige a unos alumnos que apenas saben leer en profundidad, ni mucho menos explicar lo que leen, que conozcan unos abstrusos términos poéticos que no interesan ni a los mismos poetas. Es un disparate tan garrafal como si en una autoescuela enseñaran a conducir usando tan sólo un croquis del motor. Pero eso hacemos con la enseñanza de la lengua.

Y lo peor de todo viene ahora: ni la izquierda ni la derecha se preocupan de estas cosas. Y todos tan panchos.

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