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Visto y oído

Antonio / Sempere

Sincronía

AQUELLA mañana de la huelga en TVE, el otro día, a la hora del desayuno, La 1 emitió Siete novias para siete hermanos. Y desayunando me hallaba, precisamente, en la cafetería de un campus, cuando la protagonista empezó a cantar el Wonderful, wonderful day, esa apoteosis del kitsch, entre el estupor de los allí congregados, que no podían evitar una mirada hacia la pantalla plana sin dar crédito a lo que veían.

Una vez más, comprobé cómo me he hecho mayor. Cómo ha pasado el tiempo. Porque recuerdo que había visto esas Siete novias para siete hermanos en pantalla grande, en una pantalla grandísima de un cine de mi ciudad, un cine de casi dos mil butacas entre patio y primer piso. Y recuerdo que a nosotros, cuando lo veíamos, no nos chirriaba como les chirría a los de ahora. Que éramos capaces de entrar en la convención del musical. Tal vez porque éramos más inocentes. Porque teníamos menos de lo que tienen ahora.

Cada vez tengo más claro que la felicidad es una cuestión de sincronía. De estar a gusto con lo que se hace en el momento en que se hace, y de no echar en falta lo que no se tiene. Si viendo Siete novias para siete hermanos en copia restaurada y Dolby, sin redes sociales ni becas Erasmus, estábamos bien, qué falta hacía tener más.

Lo malo es que tarde o temprano llega la asincronía. Porque las cosas no llegan cuando tienen que llegar. Las cosas llegan cuando llegan. Y de poco sirve, en relación con la felicidad, hablar en un aula cuando estás deseando hacerlo en otra, comunicar en una emisora cuando tu pensamiento y tu querencia están en otra onda, que te quiera una persona cuando tu corazón está en otra. Lo importante es que Siete novias..., algún día, me hizo feliz.

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