LA escasa participación de los trabajadores en las manifestaciones convocadas por los sindicatos en el tradicional Primero de Mayo refleja, un año más, la crisis de credibilidad que padecen estas organizaciones, no sólo necesarias para el equilibrio social, sino constitucionalmente amparadas y protegidas. Debería ser motivo de reflexión y autocrítica para las cúpulas sindicales, que hasta ahora nunca se han tomado en serio los problemas de desafecto que inspiran en la opinión pública o de indiferencia con que los observa una amplia mayoría de los trabajadores y parados. Parecen presos de una inercia que les lleva a no alterar sus discursos y mensajes tradicionales, a comportarse como agentes políticos partidistas y a afrontar los conflictos y las dificultades con las recetas de siempre (por ejemplo, las cuatro huelgas generales organizadas contra el Gobierno, todas ellas sin éxito), como si nada a su alrededor hubiera cambiado. Lo cierto es que el contexto en el que se mueven se ha alterado, esta crisis no es como las demás, los esquemas teóricos tradicionales no valen para comprender esta sociedad y las viejas reivindicaciones han dejado de responder a los intereses concretos de obreros y empleados -y tampoco parados- de la economía globalizada. También tienen un serio problema de credibilidad. Sencillamente, los dirigentes sindicales la han ido perdiendo entre escándalos en el uso de fondos públicos de los que han disfrutado generosamente, profesionalización de los liberados que se separan radicalmente de las vivencias del trabajador normal y generación de una casta privilegiada de funcionarios que se dicta sus propios derechos y deberes y se integra sin dificultades en el sistema establecido. Ésta es la casta que cuando convoca a los trabajadores, sus representados, en la jornada que históricamente mejor los caracteriza y une, recibe por respuesta una deserción masiva y callada. ¿Reflexionarán por fin?

Tags

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios