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Rafael / Padilla

Sinsentido e insensibilidad

EN esta España nuestra de incontables provocadores que buscan a diario el más difícil todavía de patearnos otra vez el alma, empieza a resultar complicado sobresalir. Aun así, hay quien tiene la rara habilidad de conseguirlo, de encontrar siempre la estupidez exacta que nos desolará. De entre estos elegidos, auténticos virtuosos del disparate, hoy quiero detenerme en uno. Es Josep Maria Vila d'Abadal, alcalde de Vic, un genio de la portada rompedora. A él le debemos momentos indudablemente estelares del circo patrio. No tuvo el menor reparo, por ejemplo, en exigir la catalanización impuesta de los inmigrantes ("se les ha de obligar -afirmaba-, no se les ha de pedir"), ni en considerar a nuestra bandera constitucional como "símbolo de opresión". Tampoco en huir con nocturnidad de su propio partido, la UDC del tibio Duran. Presidente de la Asociación de Municipios Independentistas de Cataluña, Vila es un maestro indiscutido en el arte de zaherir.

Su última hazaña está recién horneada. Con ocasión de la visita a Vic del ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, para rendir homenaje a las víctimas del atentado terrorista perpetrado en 1991 contra la casa-cuartel de la Guardia Civil en la localidad, en el que murieron diez personas de las cuales cinco eran niños, don Josep Maria no ha hallado mejor forma de expresar sus condolencias que reclamándole al Estado los 180.000 euros del dinero que, según él, entonces adelantó el municipio a los damnificados. Desparpajo tiene; impiedad también. Ya en la calle -Estrasburgo dixit- Juan José Zubieta, el principal autor de aquella masacre, comprenderán cómo les ha sentado la ocurrencia a los familiares de los asesinados. "Las víctimas aún tendremos que pagar al Ayuntamiento el importe de las transfusiones de sangre y el coste de los ataúdes", ha señalado con amarga ironía José Vargas, presidente de la Asociación Catalana de Víctimas, adjudicándole además el calificativo de "ruin y vil" al cínico y pedigüeño Vila.

En verdad hay que tener mala baba, corazón pétreo y anteojeras gigantescas como para apesadumbrarse veintidós años después sólo por una deuda mísera.

Es lo que hay. Campan por sus respetos los insensatos, henchidos de sectarismo, sinsentido e insensibilidad, sin remorderles el nauseabundo argumentario que utilizan. Malditos sean. Como maldita será, si triunfan, esa sociedad cruel, irrespirable y despiadada a la que aspiran.

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