El poliedro

Sísifosomos todos

La subida de impuestos sobre el tabaco y gasolina supondrá un alivio pasajero para las arcas públicas

POR avaro, mentiroso y bandido, los dioses lo condenaron al eterno absurdo de cargar una y otra vez una gran roca hasta la cima de una montaña, para dejarla caer a toda velocidad. Bien mirado, la condena del desdichado Sísifo no deja de parecerse a la que -no por primera ni segunda vez- el mundo sufre por causa de la economía: la condena de las crisis periódicas, la dura subida tras el alegre y vertiginoso descenso. Obviemos por un momento las teóricas causas cíclicas que quieren explicar los desastres periódicos, y vayamos a la coincidencia entre el mito clásico y el esqueleto de la cruda realidad económica y social que vivimos. Por un número considerable de avaros, mentirosos y bandidos, la economía mundial vivía en una burbuja, y por otro número considerable -y no disjunto del anterior- de avaros y mentirosos, la economía acabó reventando y yéndose al traste. Ahora nos toca subir la montaña, cargados con una mochila de problemas: paro galopante, destrucción de empresas de todo tamaño, anorexia de la confianza, caída en picado del consumo, pertinaz sequía del crédito salvo para pagar a Cristiano Ronaldo, contracción económica, probable travesía del desierto para España, drenaje acelerado de las cuentas públicas... (En este escenario, Felipe González recupera visibilidad y arrea un bofetón a su supuesto correligionario y jefe, Zapatero: declaró el martes que hemos tocado fondo, sí, pero que vamos a arrastrarnos por el fondo diez años. También, por cierto, abogó por la flexibilidad laboral y el desarrollo energético nuclear, en clara disidencia del aparato socialista en vigor).

En estos días en los que la turbulencia económica y financiera parece -sólo parece- amainar, surge como una gran roca la deuda pública que están asumiendo los países desarrollados: grandes cantidades de dinero que incrementan el déficit presupuestario público alarmantemente. O bien grandes préstamos que el propio Estado toma, dado que los ingresos fiscales se han desplomado por la contracción de la actividad. Un lucro cesante que se suma a las costosas acciones directas de más o menos urgenica o maquillaje (planes de estímulo, keynesianismo de apretón). A estas cantidades debe unirse la repentina y creciente sangría de las prestaciones de desempleo. Las cuentas, en definitiva, están en rojo. Y para mucho tiempo. No sólo nosotros, sino nuestros hijos, tendrán que subir la montaña cargados de deuda.

Un mayor control sobre el gasto público -llamémoslo así- superfluo puede ser una solución paliativa menos arriesgada que la de subir los impuestos, política esta última que supone un riesgo claro sobre el consumo, cuya atonía es una de las claves de la crisis versión española. La cantidad recaudada por las subidas de impuestos indirectos -como los que se pagan por consumir cigarrillos y carburantes- es incomparablemente mayor y más inmediata que la de tocar los impuestos directos, personales o empresariales. Como también recordó Felipe a Zp, que acaba de subir los mencionados impuestos indirectos sobre el tabaco y la gasolina (un verdadero fortunón inmediato para las arcas públicas), en Japón la subida de impuestos implicó diez años de deflación y parálisis del PIB. (Quizá leyeran el jueves en esta misma sección el excelente didactismo de Joaquín Aurioles acerca de la relación entre deuda pública, déficit público, recaudación por impuestos, consumo, prestaciones de desempleo y otras magnitudes económicas, infaustamente de moda. Pueden leerlo en la edición digital del periódico, con el título Efectos secundarios).

Sísifo -un mito moralizante- pagó a solas por sus culpas. En la cruda realidad, todos pagamos las culpas de no muchos bandidos tan postineros como asilvestrados, aparte de ciclos más o menos inexorables. Sísifo, en el mundo real, somos todos.

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