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Debe de haber detrás algo tribal y heteropatriarcal en ello, pero el rey Felipe VI me parece la figura más idónea para la Jefatura del Estado, si cabe ponerle grado a la idoneidad. Se me abren las carnes con la alternativa de un presidente de la República igualmente simbólico: apuesten a que sería un Felipe González socialconservador o un Aznar acartonado en su soberbia de puyero… o un Zapatero. Ahora bien, el Rey me produce un poco de lástima: tras haberse visto algo más acreditado por el efecto bumerán del procés -hasta el rabo, todo es toro-, un incidente familiar vuelve a empañar su figura. Un feo gesto de la Reina con su suegra y anterior Reina, y las Españas se han vuelto a posicionar con la vena al cuello. Por un lado, los republicanos antimonárquicos y -esto es España- de la izquierda dura, que ven cómo el propio enemigo, la mismísima reina Letizia, hace bandera de su causa. Por otro, la repentina legión de sofistas; no los griegos que hacían profesión de sabiduría, sino los hinchas de la reina Sofía. En realidad, es para quererla por sus hannoverianas discreción, cultura y mesura, rasgos tan poco españoles. También han surgido pedagogos de carta a la niña heredera al trono, Leonor, una niña pequeña sometida a alta tensión: "Has demostrado no estar capacitada para tu futuro cargo por no saber respetar a tus mayores", y otros cerbatanazos de curare endulzado en red social. Alguna turba de guardia se ha aprestado a insultar y abuchear a Letizia en directo. ¡Qué país!

Mucha tela. En todas las familias cuecen habas. Y a Letizia se la compró -como suele decirse-como era: plebeya, inteligente, prota vocacional, más bien de izquierdas hasta que bebió los cálices diamantinos; altiva, superada, tan bien hablada como redicha. Algún mal pensado diría que fue una decisión de alta propaganda estratégica. Muchos varones han dicho: "Mi mujer trata así a mi madre y la pongo en la puta calle en cero coma". No pocas mujeres le han sacado las higadillas por bruja y de baja condición por muy esbelta y recauchutada que esté. Pero todos sabemos bien que las afrentas, los malos rollos, los encontronazos son comunes en las navidades de gala de la parentela, y no digamos en los ocasionales desplazamientos de varios días lúdicos y cuartelarios: en todas, y no me creo nada de las familias felices de referencia. Yo no quisiera verme en el pellejo de la reina ni en el de su suegra. Y mucho menos en el de la pequeña Leonor. Ni en el del muy noble Felipe. Pasemos página, por Dios (por la patria y el Rey).

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