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Tecnofobia

No cabe pensar que las compañías que operan en el ciberespacio vayan a actuar por razones filantrópicas

Con cierta mala conciencia e ineludibles concesiones al espíritu de los tiempos, vive uno lo más ajeno que puede a lo que Ramón, tan dado a la novelería, llamó el deber de lo nuevo, no porque no admita las mil ventajas derivadas de la revolución de las tecnologías, que lo son en tantos terrenos, sino porque no deja de ver sus servidumbres y sobre todo porque sabe -o cree saber o sospecha- que vendrán otras peores. Todos admitimos, por ejemplo, que ya no podríamos pasar sin la telefonía móvil o más aún sin la que llaman inteligente, pero caben serias dudas sobre si esa obligada prótesis ha hecho mejores nuestras vidas o somos ahora, tan disponibles e hiperconectados, más libres o más felices que cuando nos las apañábamos en el mundo analógico y no sentíamos la necesidad compulsiva de interactuar a todas horas.

Puede, sin embargo, que lleguemos a ver esta época todavía incipiente -los expertos suelen hablar de una mera prehistoria de lo venidero- como un periodo relativamente tranquilo, por comparación con un futuro próximo o inminente en el que el paradigma digital, o como queramos llamarlo, se extenderá a todos los ámbitos y hará inviable cualquier forma de objeción o resistencia. Ya ocurre así en buena medida y casi sin que nos demos cuenta, los propios gobiernos impulsan el cambio e insisten en la conveniencia de no quedar rezagados, pero aún es posible permanecer al margen, al menos parcialmente y asumiendo un cierto coste, cuando no se trata de cumplir obligaciones ciudadanas o contratar servicios básicos. Si el proceso que los tecnófilos anuncian con una sonrisa se hace realidad, habremos quedado potencialmente expuestos a una dominación tan perfecta como nunca antes pudo imaginarse.

El escándalo de la famosa red social que, en el mejor de los casos, no ha podido impedir que los datos de sus usuarios sean utilizados por otros con fines inconfesables, es cualquier cosa menos inesperado y pone de manifiesto la ingenuidad de muchos de aquellos a la hora de compartir su privacidad real, embellecida o inventada en un medio que, obviamente, basa su negocio en esta cesión gratuita. Pese a lo que afirman algunos ideólogos desnortados, nada es gratis en internet ni cabe pensar que las grandes o pequeñas compañías que operan en el ciberespacio vayan a actuar, aunque así lo sugieran sus publicistas, por razones filantrópicas. Poca simpatía merecen los traficantes, pero quienes les entregan a diario toda esa información tampoco pueden olvidar que lo hacen, engañados o inconscientes, de manera voluntaria.

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