LOS que lo conocieron de cerca hablan de un Juan Teba afable y ocurrente que dista de las miradas superficiales desde la pantalla y esquiva esos colmillos de los detractores que tienen todos los tipos que destacan. En el carné del recientemente fallecido periodista ponía que nació en Madrid, pero eso nunca ha sido un obstáculo para sentirse andaluz. Muy andaluz. Contertulio afilado, su presencia se hizo popular entre los espectadores de Canal Sur que seguían maravillados el maná diario y efímero de la Expo y que ya lo conocían por su prolongada aparición como presentador en las sobremesas de Telesur. Eran tiempos en que la tele no tenía mucha escapatoria y había que conformarse con prácticamente un canal y pocas horas que abría una programación rudimentaria labrada con escasos medios y mucha voluntad en el chalé del Paseo de la Palmera, donde se comprimían los recursos destacados por TVE en Sevilla.

Teba, barbado y circunspecto, narraba los informativos, que desde los tiempos de Tom Martín Benítez contaban con piezas de vídeo y no aquellas bobinas de cine producidas a pedales. Aquel Telesur, tan lacónico, podía ser el noticiario de Albania, pero los comensales andaluces le prestaban atención porque era el único tragaluz catódico en el que hablaban de nosotros.

Esto sólo lo pueden confirmar los sofalícolas profesionales: en una tarde de octubre de 1985, cuando en la Segunda Cadena se emitía simultáneamente el Telediario de la Primera de las 3, alguien olvidó conectar con Madrid. Lo que pudieron ver los espectadores fue a un relajado Teba leyendo algo, a la espera de una grabación, entre los comentarios familiares de los técnicos, actores de la improvisada escena. Fue una Nochevieja de Canal Sur que duró unos minutos. Los suficientes para que viéramos la trastienda de Telesur: la gente de la tele era gente, sin más. Un fogonazo de telerrealidad, involuntario; una sospecha de lo que terminó siendo la pantalla. Y el primer protagonista de un reality, sin querer, fue Juan Teba.