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José Ignacio Rufino

'Terminator' de oficina

NO es fácil ser jefe que, dicho en corto, consiste en conseguir que se hagan las cosas que se tienen que hacer. Pero, aparte de la dificultad de pueda tener eso tan etéreo de "la gestión", lo que es difícil es ser un buen jefe. En no pocos casos, como sucede con los melones antes de calarlos, la prueba de fuego para calibrar el verdadero talante de una persona es darle unos galones: cuántos individuos -e individuas-, en apariencia normales, se convierten por un oscuro hechizo en cretinos con un simple salto en el escalafón. De pronto, surge el alien que llevan dentro. Aparece el lagarto verde que estaba debajo de la piel, como en aquella serie tan kitsch llamada V. Más allá de hacer una valoración moral de las personas cuando dirigen a otras personas, lo que da la medida del valor de un directivo es el grado de daño que puede hacer a la organización que le paga. Existen auténticas trituradoras de carne que, en aras de la eficacia, resultan ser eficaces sobre todo para espantar talento, o para barrerlo desde dentro hacia afuera. Porque se va quien puede, y puede quien es bueno dentro y fuera. Y con un tirano repentino, quizá incompetente, que te echa el aliento de un dragón en el cogote, no aguanta mucho tiempo un empleado valioso. Los Hyde de oficina son amplificadores de problemas, en vez de solucionadores. Y pueden dejar yermo el prado que pisan sus cascos, como el caballo e Atila.

Esta semana repasé un informe sobre mandos en la algo esquizoide España de las autonomías. No había grandes diferencias por comunidades en cuanto a estilo; respiré aliviado al no encontrar ninguna conclusión del tipo "los jefes andaluces, los más salerosos del Estado". Antes al contrario, resulta que somos los más pesimistas ante la crisis (no hay buenos sinónimos a la hartible palabra griega, los siento; en inglés sí tienen una expresión alternativa: "economic pain", dolor económico). En ese estudio se ofrecía un brutal listado de rasgos que no debe tener un jefe, a saber: engreído, ruin, rastrero, sin capacidad de ilusionar, autócrata hacia abajo y zalamero hacia arriba, sin autoridad moral pero ávido de poder, incapaz de delegar, presuntuoso... y paro porque le voy a agriar la mañana. Una característica del directivo terminator es que predica mucho y reparte muy poco trigo. Liderazgo, delegación, trabajo en equipo e innovación suelen ser jaculatorias muy suyas, pero no acaba de romper a practicarlas. Y es que el poder -el mucho o el poco, es lo mismo- echa a perder a la gente a veces, y ayuda a que germine una latente semilla del mal. Los complejillos, un hogar donde el lobo se transforma en cordero, la metamorfosis hacia el rango. Un ex-hippy o un revolucionario abducidos por la vara de mando puede resultar sumamente peligroso, aunque ésta es una simple presunción de quien suscribe.

Hay quienes están más a cubierto de una mala persona con jerarquía: los burócratas. Burocracia es la organización cuyo rasgo básico es que se usan mucho las normas. La norma es fría; no chilla, ni es faltona, no tiene malas tardes, ni acidez, ni desajustes hormonales. La norma sustituye en buena parte al jefe y protege contra él. Se crea una "perversa democracia", en la que todos los sujetos son tratados por igual. Y eso puede ser tan malo para que la cosa funcione bien como la crueldad, o como pueda serlo el buen rollito a cualquier costa. Las empresas tampoco son mejores porque la gente sea más feliz en ellas. Se puede tocar la gloria roncando en una hamaca, pero para eso están los clubes sociales con piscina y catering. La Arcadia S.L. -no es culpa de nadie- no es un modelo de éxito. Sin la dosis justa de tensión no hay motivación. En todas las parcelas de la vida; en el trabajo, también.

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