LA reforma de las universidades para su homologación europea obliga a los alumnos a cambiar su forma de proceder en busca del aprobado, el objetivo de la mayoría. Aprender siempre ha sido cosa sólo de los más lúcidos. En lo que todos van a tener menos escapatoria es en demostrar en vivo y en directo que hablan y entienden el inglés. Las academias se van a forrar atendiendo una de las mayores carencias de la enseñanza obligatoria. Pero el pacto de Bolonia lo que más cambia es la forma de trabajar de todos los profesores universitarios, ya no les valdrá únicamente con la monocorde lección oral para tomar apuntes como vía de transmisión de conocimientos. Si los equipos de gobierno de las universidades sevillanas se aplican el mandamiento a rajatabla, por fin van a sudar la camiseta un mayor número de docentes con vocación comodona, que hasta ahora no secundan el espíritu de los mejores profesores.

La cuenta atrás hacia el 2010 acelera los cambios y las contradicciones en un revuelto de aciertos e inmovilismos. Por ejemplo en la Hispalense, donde a la vez el Gobierno central le devuelve por falta de trapío 14 expedientes de evaluación de méritos para catedrático, y por otro lado ficha como profesores invitados a figuras como el historiador John Elliot. En todos los departamentos han de mentalizarse de que ya no dependen de la Consejería de Educación sino de la de Innovación, Ciencia y Empresa. Y en una sociedad abierta y digital se les exigirá mayor productividad investigadora y mejor pedagogía dentro y fuera de las aulas para que los alumnos aprendan a aprender y a valerse por sí solos.

Hace escasos días, se reunió el director general de Universidades con vicerrectores de todas las andaluzas, y les lanzó con claridad un aviso: la Junta no va a validar ni una titulación, ya sea de facultad humanística o técnica, que en su programa académico no incluya aspectos de innovación y cultura emprendedora. Habrá muchas resistencias y paripés, pero esto es lo que hay sí o sí.