EL morbo preside este nuevo Tour de Francia y por ello sería bueno que no se despegaran del televisor en estas siestas de julio. Un consejo que no viene a cuento, esperemos, por cuántos ciclistas vayan a ser cazados este año por la organización francesa en cuestión de dopaje, sino por la buena y dura batalla que se va a plantear en las carreteras vecinas en un edición que, por cierto, homenajea con su llegada a Barcelona al gran Bahamontes, primer español en llevarse el amarillo hace ya 50 años.

A saber. Por un lado tenemos a Carlos Sastre, vigente campeón y que tiene por delante la dura y bella tarea de confirmar que no ganó el año pasado por la ausencia de Alberto Contador. Por el otro tenemos al rusonavarro Denis Menchov, reciente ganador del Giro de Italia, antiguo triunfador de la Vuelta a España y al que le queda el Tour de Francia para confirmar su categoría de grande. En un tercer plano aparece el australiano Cadel Evans, con hambre y rabia para no pasar a la historia como el Poulidor de principios de siglo…

Y en el centro del foco y como nudo de la gran tragedia destaca Alberto Contador, el mejor ciclista del momento, que tiene el hándicap de estar en un equipo sin amigos, en una sabana repleta de hienas. A su lado corre nada menos que Lance Armstrong, el gran enemigo redivivo, y por detrás aparecen el también estadounidense Levi Leipheimer y el alemán Andreas Kloden, que no se pueden considerar, ni mucho menos, gente amable a las que pedirle un favor en caso de apuro durante la carrera.

Por si fuera poco, su director, Johan Bruynnel, es una incógnita, un remedo de cualquier ciudadano berlinés en la Alemania de los 60. Así las cosas, con Contador nos espera un julio divertido sobre dos ruedas. Lo dicho, permanezcan atentos a la pantalla.