Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Tradición

En Sevilla la falta de referentes sociales ha sido sustituida por el mundo que se mueve en las hermandades

En algunos foros que se reclaman como depositarios de un pensamiento avanzado y en la redes sociales está presente desde hace tiempo el debate, por otra parte instalado desde siempre en la ciudad, sobre si las tradiciones más arraigadas en Sevilla actúan como freno para el desarrollo y nos condenan a vivir bajo un manto de caspa y provincianismo. Hay que entender que cuando en este contexto se habla de tradiciones se está señalando de forma especial a las que tienen que ver con la forma sevillana de entender la religión y la ocupación de la calle. Es una cuestión controvertida. Nadie lo puede negar. Como nadie puede negar que esas tradiciones forman parte del alma de la ciudad y constituyen uno de los ingredientes fundamentales, si no es el fundamental, de la marca que identifica a Sevilla en el mundo y que la ha colocado como una de las urbes más atractivas de Europa para los turistas. La ciudad se ha acomodado ya a que ése sea su principal activo de futuro tras haber perdido todos los demás.

A estas alturas nadie, salvo algún pirado, que siempre los hay, cuestiona la Semana Santa y lo que representa, tanto si se quiere abordar desde el lado de la devoción popular como desde el más mundano de la fiesta en la que participan cientos de miles de sevillanos llenando sus calles y cuya fama ha atravesado el mundo. El problema estaría fuera del ámbito se esa semana, que ya dura diez días, y que en la práctica condiciona una buena parte de la vida de la ciudad. Y fuera de la Semana Santa sí se deben anotar algunas circunstancias que distorsionan lo que debería ser el normal desenvolvimiento de una urbe en la que viven, entre la capital y su zona de influencia, más de un millón de personas. Lo decía con absoluta rotundidad al principio de esta cuaresma el arzobispo Juan José Asenjo, que está desarrollando un pontificado más fructífero de lo que a algunos les gustaría reconocer y que cuida mucho, porque sabe dónde pisa, cada palabra que dice: hay una excesiva presencia de las hermandades en la calle a base de procesiones extraordinarias, vía crucis y cultos que salen de lo que debería ser el ámbito estricto de los templos. Es una realidad que ha ido a más en los últimos años y que responde a otra clave que nos acercaría al núcleo de la cuestión. En Sevilla, la falta de referentes propios de una sociedad abierta y moderna ha sido sustituida por ese mundo que se mueve en torno a las tradiciones religiosas, que de una u otra forma han manejado aspectos sustanciales de la vida local y que han tenido una influencia que no tiene parangón en ninguna otra ciudad delo mismo tamaño.

Si eso ha sido así y sigue siéndolo, sin tendencia a decrecer, es porque desde ese mundo se ha llenado un vacío que otros colectivos que deberían haber mostrado más dinamismo no han sabido ocupar nunca: desde el mundo universitario hasta el de la cultura o desde el institucional hasta el empresarial. Esta situación ha conformado la imagen de Sevilla y no precisamente para bien. Pero cifrar en esta circunstancia la falta de desarrollo y de proyecto de futuro de la ciudad es quedarse en lo superficial y hacer un análisis incompleto. A Sevilla no la frenan sólo la preponderancia social de las hermandades o su presencia en la calle. La frenan sus propias inercias y su conformismo. La ciudad que tenemos es un reflejo de todas estas cosas y de bastantes más. Para que Sevilla mirase al futuro tendrían que surgir otros liderazgos desde otras instancias que se apuntaran a las tendencias que gobiernan la sociedad globalizada e interconectada del siglo XXI. Hasta que no sea así, y no parece que vaya a serlo pronto, seguiremos como estamos y echarle la culpa en exclusiva al peso de las tradiciones es no querer mirar de frente el problema. Muy típico también de Sevilla.

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