Visto y oído

Francisco / Andrés Gallardo

Tragaperras

OTRO efecto colateral de la crisis: los señuelos para llamar a los programas y hacerse millonario al instante (ay, qué programa más tedioso), forrarse literalmente de billetes o apresurarse a quemar el móvil mientras caen fajos a una caja de cristal y el vocinglero presentador busca el nombre de un animal de compañía que empieza por la letra pe. Las tómbolas televisivas están en su esplendor y 2009 será el año de los sacapelas. Los milagros económicos no existen, y los conseguidos por la suerte son remotísimos, pero el personal se va a dejar las falanges, las de los dedos, al reclamo de una tabla de parné mientras unos cuantos se forran de verdad a costa ingenuidades y desesperaciones.

En pleno esplendor económico los premios de los concursos eran más bien modestos. Valga el ejemplo del superviviente Saber y ganar, una odisea de semanas para reunir unos miles de eurillos. Los pelotazos en estos años sólo han estado al alcance de los lumbreras de Pasapalabra y similares. En la crisis de los 70 era Kiko Ledgard el mago que regalaba billetes verdes con soltura en el Un, dos, tres, el Disneylandia para millones de esperanzados españoles en blanco y negro. Los duros 80 se culminaron con los escaparates de El precio justo, cuando se regalaban apartamentos y ferraris por la chiripa de una cifra. La televisión se convierte en hada madrina, pero en realidad es siempre la madrastra. Ahora incluso parece sacarnos la navaja al cuello. Los concursos de engañabobos que hasta hace poco se programaban en lo más recónditos de las madrugadas comienzan a invadir las parrillas de la TDT en horario de mañana, tarde y noche. Siempre hay un crédulo capaz de dejarse una calderilla, o algo más compulsivamente. Estas máquinas tragaperras son en realidad la cara más triste de la tele.

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