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La ciudad y los días

Carlos Colón

Trampas y engaños

LA delegada de Cultura y la concejala de Convivencia y Seguridad han anunciado la creación de un museo al aire libre dedicado al graffiti en el parque de Miraflores, y la habilitación de espacios en la ciudad para este arte urbano en los que los artistas no serán sancionados. Llamar arte urbano al graffiti y artistas a quienes lo practican es una marca de distinción progresista que eleva a la delegada y a la concejala -y con ellas al gobierno de progreso que representan- por encima de la vulgaridad, mezquindad y carácter reaccionario de los vecinos y comerciantes que han de joderse con las pintadas o gastarse sus dineros en borrar las obras de arte urbano con las que estos artistas decoran sus fachadas y escaparates; y por encima de los ciudadanos estrechos de miras a quienes deprime y repugna pasear por calles degradadas a suburbios. Incapaces de convertir los suburbios en zonas amablemente habitables, los políticos parecen optar por convertir las zonas que fueron amables en suburbiales.

Igualar por abajo, ya se sabe, es el proyecto de esta izquierda que no se reconocería en la hermosa frase de Trotski: "La revolución es poner al hombre común tras los pasos de Aristóteles y Goethe". Hoy es más cómodo para los despojos de la izquierda (este proyecto estaba en el programa electoral del PSOE) poner al hombre común tras los pasos de las muchas formas de subcultura de masas que el mercado impone haciendo creer (como el Diablo de Papini hacía creer que no existía para actuar con mayor libertad) que se trata de gestos de creación transgresora.

Lo divertido del asunto es que en este juego imposible de institucionalizar la transgresión, la concejala de Convivencia recordó que el Ayuntamiento regulará mediante ordenanzas municipales los espacios de la ciudad en los que estará permitido pintar y la prohibición de hacerlo fuera de ellos, con multas de hasta 750 euros que podrían ser sustituidas por la limpieza de las pintadas. Terrible castigo, el peor de todos sin lugar a dudas, este de obligar al artista a destruir su obra de arte (¿o no definió así la delegada de Cultura el graffiti y los graffiteros?). Están cogidas en su propia trampa: es imposible, como dijo la concejala, la doble pirueta de "dar apoyo a las expresiones artísticas evitando la degradación de la ciudad" (vayan del ensanche de Regina a la Plaza del Pan por Puente y Pellón y verán lo que este Ayuntamiento entiende por evitar la degradación graffitera de la ciudad). Si es arte, multarlo es censura y borrarlo, un crimen. Si es transgresión, regularlo es imposible. ¿A quién pretenden engañar?

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