HERMOSÍSIMO espectaculo, enorme lección de fútbol y de hombría que se haría eterna hasta que todo hubo de dilucidarse en ese cara o cruz que es una tanda de penaltis. Y en ese lance lleno de azar, el Sevilla fue mejor y se proclamó por tercera vez campeón de una competición europea, de esa competición que ha sido la que más ha lustrado su historia centenaria. Gameiro hizo el definitivo acierto para que la fiesta fuese por sevillanas.

Al descanso se llega con el Sevilla clamando por la hora tras haber superado al rival en una considerable parte de esta primera fase. Con la intensidad que demanda una final, el Sevilla empezó y terminó a remolque para que los últimos minutos fuesen de intranquilidad. Anteriormente, la dupla M'Bia y Carriço se había adueñado de la franja central, con lo que Rakitic tuvo alimentación suficiente para hacer lo propio con su avanzadilla, pero con más amagos que realidad.

Le faltó al Sevilla en esa fase de dominio y posesiones acertar con el último pase y la realidad es que el portero benfiquista nunca tuvo que intervenir. Sí vio merodear más peligro Beto, que salvó por reflejos una ocasión poco antes de que Fazio evitase que Gaitán lo fusilara. La segunda parte fue un más de lo mismo pero a lo bestia y con muchas posibilidades de gol por parte y parte. Otra vez pediría la hora el Sevilla para que le llegase la prórroga como un buen clavo al que agarrarse.

La prórroga fue un sufrimiento para ambos, más para el Sevilla porque el balón se lo había adueñado el Benfica, que en esta fase quizá empezase a sentir los efectos de esa maldición que dicen le endosó hace medio siglo Bela Guttmann. Tras dos milagros de Beto, Gameiro iba a ponerle el broche de oro a la noche piamontesa. El Sevilla, a través de un 2014 de ensueño, lograba su tercera corona europea porque quien la sigue la consigue y el Sevilla jamás baja la guardia.