La sobreventa o overbooking es una práctica que en la venta de billetes de aerolíneas es no sólo habitual, ¡sino legal! Consiste en vender más plazas de las que hay disponibles, con lo que la compañía se asegura llevar los vuelos a plena capacidad, a cambio de lo cual se compromete a compensar a aquellos viajeros que prescindan de su derecho, con un vuelo posterior y ciertas compensaciones (hoteles buenos para pasar la noche, ocupar primera clase en el nuevo viaje, dinero). Lo que no parece decente en términos comerciales es que si un pasajero rehúsa a prescindir de su contrato de viaje, se lo saque a leches y a rastras del avión porque, ante la ausencia de voluntarios, le toque por sorteo que su asiento, pagado, se lo van a dar a otro. Eso es lo que le ha pasado en Estados Unidos esta semana, en un avión de United Airlines. El expulsado era médico -estadounidense de origen asiático, un dato a considerar-, y de nada sirvió que alegara no ya su billete, sino que iba acompañado de su mujer y tenía trabajo al día siguiente. Más allá de la faena y la agresión, el suceso simboliza la metamorfosis de la condición de cliente en un mundo donde -blablablá de responsabilidad social corporativa aparte-, quien no paga caro (premium, plus, prime, excellent, superior u otros anglicismos para identificar tarifas y condiciones especiales) tiene sus derechos muy limitados. Cada vez más, y no se trata del lowcost, tan objetivo. Se trata de un abuso.

Mucho se ha comentado desde finales del siglo XX sobre la contracción radical de la clase media, cuyos hacendosos pequeñoburgueses con coche, vacaciones e hipoteca caían, como en un cuadro de El Bosco, al averno de la proletarización de la que quizá se emanciparon sus padres o abuelos. Lo que sucede en el consumo, también el de viajes en avión, es no más que otra cara de tal degradación social, simbolizado por las distancias crecientes entre quienes tienen mucho y cada vez más y quienes tienen poco de forma crónica, sin colchones intermedios de estratos de clases medias. Sucede con los aviones -era doctor-, y sucede con los hoteles, con la asistencia médica y otras cuestiones de salud, con los colegios y universidades. Todo eso, de forma lícita aunque insolidaria, importará un pimiento a quien goza de sus pluses consumidores: "Yo me lo he ganado, ¿qué hicieron ellos?". Pero se equivoca, si no ponemos coto a una oferta comercial y de suministros básicos abusiva, y por muchas certezas que creas tener, habrá quien te quite tu asiento. O el quirófano de tu hijo.

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