TIEMPO El tiempo en Sevilla pega un giro radical y vuelve a traer lluvias

fragmentos

Juan Ruesga / Navarro

Velázquez

BASTA decir Velázquez, para saber que nos referimos al genial pintor sevillano Diego Rodríguez de Silva y Velázquez. Cuando un artista ha alcanzado la cima de la creación humana, solemos referirnos a el con familiaridad, con una palabra sencilla, su apellido. Indica que es algo nuestro. Así ocurre con Velázquez. Es nuestro, próximo. Nació sevillano, a primeros de junio de 1599, en el barrio de San Pedro. En una Sevilla, grande y populosa, llena de comerciantes, religiosos y militares que soñaban con la gloria de Indias. Marinos, pícaros y rameras, atraídos por el puerto. Cómicos y maestros artesanos de reconocido prestigio, pero artesanos al fin. Así, el joven Diego pasó por talleres de pintura, para aprender el arte de pintar, mientras tenía que moler colores, montar bastidores y tensar lienzos, calentar colas y barnices, y hacer todo tipo de recados y trabajos que convinieran al taller, como el de Francisco Pacheco, hombre culto y bien relacionado, regular pintor, pero magistral dibujante. Los datos biográficos principales del pintor son muy conocidos. Años de aprendizaje en Sevilla. Salto a Madrid de la mano del Conde Duque de Olivares. La corte. Viajes a Italia. Y sus obras maestras que nos abruman.

Pero, ¿quÉ me interesa de Velázquez? Pienso que es un autor sin obra ociosa. Es decir, esa obra que muchos artistas realizan como su trabajo cotidiano, con más o menos maestría, pero que no añade casi nada a la obra del artista. Es lo común. Algunos son la excepción. Velázquez entre los pintores, Shakespeare entre los dramaturgos, Palladio entre los arquitectos, y algunos nombre más de la cultura. Otros pintores de su tiempo como el genial Rembrant, hizo centenares y centenares de lienzos, grabados y miles de dibujos. Velázquez con sólo 125 cuadros, es considerado la cumbre de la pintura universal. Ahora que escribo sobre estos dos genios, caigo en la cuenta que Rembrant (1606-1669) y Velázquez (1599-1660) son muy próximos y a la vez tan distantes.

Otro rasgo que me interesa especialmente de la vida de Velázquez, es su constante impulso por situar al artista en lo más alto de la escala social, abandonando la condición de artesano, de trabajador manual. Muchos críticos han visto en algunos de sus cuadros, la referencia a la superioridad de la mente del creador sobre sus capacidades de manuales, como en Las Hilanderas y otras obras. Velázquez alcanzó a ser alto funcionario de la Corona, miembro de prestigiosas Academias en Italia. Y en sus últimos años, Caballero de la Orden de Santiago, como se nos muestra en Las Meninas. Orgulloso y satisfecho, en su plenitud artística, junto a la familia real española. Creo que sÓlo por el reconocimiento dado a nuestro pintor, tanto el Conde Duque de Olivares como el rey Felipe IV, pueden ocupar con todo merecimiento un lugar destacado en la historia de España. Lástima que no tengamos en Sevilla una de sus grandes obras. Pero al menos no olvidemos que somos paisanos de uno de los más grandes genios de la humanidad. Hagamos méritos como ciudad, para no desmerecer.

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