Misericordina

Eduardo / Martín / Clemens

Vía Crucis

LA piedad popular refleja la humanidad de Cristo que hace a Sevilla menos paganizada. En ella no es de poca importancia el Santo Vía Crucis. Desde el primero celebrado en Sevilla, desde la Casa de Pilatos a La Cruz del Campo (1521), al que organiza el Consejo General de Cofradías y los organizados por hermandades, barrios, parroquias etcétera.

Cuánto tiempo derrochado, cuando no perdido, en la estética y flecos de nuestros vía crucis. La belleza y la estética sirven de apertura a lo trascendente y, a veces, ha sido motivo de conversión pero, como diría Miguel Hernández "no puedo escribir sobre rosas cuando las calles están sangrando".

Hemos de hacer que el vía crucis sea un instrumento válido para la Nueva Evangelización y un reto ante la indiferencia, centrándonos en lo profundo y, utilizando el lenguaje ignaciano, "doliéndonos con Cristo dolorido".

Vía crucis en los que, rompiendo comodidades y renunciando a la fe vergonzante, atravesemos, como la Verónica, multitudes creyentes y paganas para enjugar el rostro de Jesús en tantos rostros desfigurados por el hambre. Vía crucis de amor llorando, como Pedro, la negación en la vida práctica de los que lo acompañamos sin quedar afectados. Vía crucis sin lucimientos, sino coronado de espinas sangrando por amor en solidaridad con un mundo que se rompe y una Europa fría y cómoda que se centra en la economía desplazando al hombre, sobre todo a los más débiles, como los no nacidos o ancianos, al desecho. Vía crucis molesto cargando la cruz sin buscarla pero abrazándola cuando llega y no sólo para llevar la propia, sino para sumar fuerzas y cargar con la de nuestro prójimo. Vía crucis piadosos y rompedores hasta dar la vida en el calvario de nuestras historias personales allí donde el amor se entrega hasta el extremo.

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