Tiempo de espera

Jaime / Rodríguez / Sacristán

Vida emocional del cofrade

ME vengo preguntando desde hace tiempo en qué se diferencia el mismo cofrade en tiempo cuaresmal o cuando sale en su cofradía en Semana Santa. Siempre me ha parecido comprobar que en cuaresma muestra más abiertamente sus sentimientos que cuando va en procesión solemne. En ambos casos encontraremos una afectividad muy intensa, pero la manera de vivirla no es la misma.

En el tiempo cuaresmal, de preparación, es lógico que las actividades de las cofradías sean numerosas. Todas las hermandades organizan triduos, quinarios, jubileos, vía crucis, besamanos, sesiones de estudio con participación de oradores, etcétera, lo que favorece y estimula los sentimientos y las ideas del cofrade. Pero las emociones y las vivencias del cofrade no son idénticas a las que vive cuando participa en la procesión con la cara oculta. La devoción y el cariño a sus imágenes no cambia y son muy intensas, pero cuando desfila como nazareno mira más a su interior. Sus emociones son más intimistas y más profundas. El hecho de que un nazareno vaya en procesión con su rostro cubierto aumenta sus emociones. Todo un mundo de sentimientos que no es simple.

No es fácil hacer una descripción exacta y fidedigna de los sentimientos del cofrade en procesión. Coinciden en ese momento emociones muy diferentes difíciles de detallar: los sentimientos generados por nuestras creencias y por nuestra fe; una indudable satisfacción y alegría, con algunos matices de angustia y de inseguridad por la situación de incomunicación pasajera en la que se encuentra. Y todas estas vivencias, y otras que se me escapan, varían en intensidad o en acento según las distintas personas de acuerdo con su temperamento, las experiencias vividas, sus conflictos actuales, sus esperanzas y sus desesperanzas. En el tiempo de cuaresm, siendo la misma persona, la complejidad emocional es menos ostensible para el propio cofrade, los actos más o menos públicos facilitan y orientan la direccionalidad y el equilibrio de los sentimientos. En la ciudad de Sevilla, por la identidad individual y grupal del sevillano, se constituye un perfil de comportamientos y vivencias en los que, además de una especial sinceridad emocional, van a intervenir: el empleo de la intuición por encima de los razonamientos y la lógica; la fuerte presencia de un espíritu y un lenguaje poético e imaginativo; la conciencia de vivir un momento único e irrepetible que genera un satisfactorio orgullo. Y todas estas experiencias son sentidas con una curiosa capacidad de dualidad, de coexistencia y armonización de sentimientos aparentemente contrarios que posibilitan la contigüidad de un sentimiento trágico de la vida con comportamientos que expresan alegría.

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