En tránsito

Eduardo Jordá

Violencia gratuita

EL neurólogo portugués António Damásio sostiene que uno de los problemas de la sociedad actual es que los niños ven demasiados actos violentos en el cine y en la televisión, sin que nadie les explique que la violencia significa sufrimiento y dolor. Damásio -uno de los mejores investigadores de los mecanismos de la actividad cerebral- sabe que la violencia ha sido una constante de los seres humanos, y por eso es imprescindible que una persona responsable la asocie en la mente de los niños con un hecho dañino y perjudicial para otra persona. De lo contrario, los niños aprenden a asociar la violencia con un suceso divertido o excitante, por la sencilla razón de que remite a un mecanismo arcaico de la conducta: la lucha por la supervivencia y la necesidad de proteger el territorio. De hecho, la historia de la humanidad empezó con los combates cruentos entre tribus para obtener mujeres y ampliar los territorios de caza.

La violencia ha existido siempre, y cualquiera que tenga memoria recordará las feroces peleas a pedradas entre pandillas de niños. Pero los niños actuales viven más desprotegidos ante los impulsos violentos, porque ahora las familias no suelen inculcar unas normas sociales que los controlen o limiten. En el pasado, los niños crecían en una familia que podía ser opresiva y anticuada -y lo era, sin duda lo era-, pero que también servía para trasmitir un código ético. "Sé honrado, no hagas daño a nadie, estudia, no dejes pasar las oportunidades", éstos eran algunos de los mandamientos de ese código. Es cierto que aquel código también incluía otras enseñanzas no tan recomendables, entre ellas el machismo ("Que tu hermana te haga la cama"), o el respeto temeroso a la autoridad ("No te busques problemas"), o incluso la aceptación sumisa de la tradición ("Vas a casarte con esa chica"). No era un buen código, desde luego, pero al menos era un código. Y como mínimo, ofrecía la posibilidad de rebelarse contra él.

Hoy pasa todo lo contrario. El sistema es tan benévolo y paternalista que muchas familias se olvidan de que tienen que educar a sus hijos porque creen que eso es responsabilidad del Estado. Y otras familias están tan ocupadas trabajando -o haciendo pilates en el gimnasio- que no tienen tiempo ni paciencia para enseñarles a sus hijos que hay cosas que no se pueden hacer. Porque alguien debe explicarles a los niños que hay determinadas películas y videojuegos que son nocivos para la mente, o que no se puede maltratar ni humillar a nadie. Y si no es así, los niños y adolescentes empiezan a creer que pueden hacer lo que les dé la gana sin que ello tenga consecuencia alguna. Los hechos recientes de Baena e Isla Cristina nos lo demuestran. Y no serán los últimos.

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