EN la Semana Santa de Sevilla hay estación de penitencia para todos. Quienes no desfilan como nazarenos o penitentes y pasan en las calles tantas horas como ellos, tienen que optar entre el ayuno o la clavada cuando se asoman a cualquier lugar donde se vende algo de comida o bebida. Ni en los bares ni en los puestos ambulantes han estudiado el nuevo catálogo de pecados promulgado por el Papa Ratzinger, ni le hacen caso a la situación económica nacional e internacional. Subidón de precios y a hacer caja, aunque venga Estados Unidos con la rebaja de los tipos de interés y España con la desaceleración. Viva Pilatos por causar la Pasión de Cristo. Y viva el euro y su redondeo.

La Sevilla en fiestas tiene esa paradoja. Los ciudadanos recuperan el corazón de la ciudad, pero tienen que soportar la peor relación calidad/precio en las consumiciones. Quienes gustamos del tapeo en Sevilla el resto del año, porque paseamos su cultura de la comida rápida, sabemos que en estas fechas hay que apuntarse al ascetismo porque todo es más caro, más escaso, menos bueno y más incómodo. Para hacer de cicerone de los foráneos que han oído los cantos de sirena de esos placeres de Sevilla, cuesta Dios y ayuda no defraudar.

Como el año que viene vivamos la crisis que pronostican los expertos, subirá la audiencia de las televisiones locales en días como el de hoy. Y las familias merendarán en casa viendo al Cachorro cruzando el Puente, y cenarán en el salón con Montserrat en Campana. Si acaso darán un paseo para encontrarse con alguna cofradía, y pronto de vuelta al hogar, que se ven los pasos mejor y más barato.

Como los precios vigentes invitan a ponerse a régimen, en el 2009 hay que incluir en los programas de mano la dieta del doctor Escribano. Aunque usted no sea costalero, olvídese de los bocadillos, de las medias raciones, de las torrijas y de los calentitos. Apúntese a los complejos vitamínicos para ese largo viaje hacia la noche que comienza con la Paz en el Parque y acaba con la Soledad en San Lorenzo.