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Gafas de cerca

josé Ignacio / Rufino

'Volare, oh-oh'

CON permiso de Domenico Modugno, que ya llegó a su destino infinito hace veinte años: "Volare, oh-oh, cantare, oh-oh-oh-oh, nel blu dipinto di blu [azul comunitario], felici di stare lassù [bien arriba, sorpassando a Italia y hasta a Francia]". España volaba en el cielo azul cada vez más alto, mientras el mundo poco a poco desaparecía allá abajo, y una música dulce sonaba sólo para nosotros... Si lo que hacíamos era volar de forma sostenida -a la postre, de forma artificial y vacua-, necesitábamos, mejor dicho, merecíamos aeropuertos, cuantos más mejor. ¿Por qué Ciudad Real (Albacete, Burgos, Castellón, Murcia, León, Lérida) no iba a tener su propio aeropuerto (universidad, palacio de congresos)? El caso del aeropuerto de Ciudda Real ha saltado a todos los medios esta semana, también en la prensa extranjera, con particular recochineo en la inglesa: con un coste de no menos de 600 millones de euros, mayoritariamente pagados por la comunidad autónoma a base de fondos europeos, aun siendo privado, esta semana ha sido vendido a un grupo anglochino por 10.000 euros. En realidad, se trata de un precio de venta engañoso acordado por el grupo inversor y la administración judicial, dado que el aeropuerto, como era de esperar, está en concurso de acreedores y en muy probable bancarrota. Ahora, cualquiera podría tener derecho a pujar durante un plazo, y a lo mejor, con mucha suerte y la aparición de algún valiente con billetes, podría llegar a 20 millones. Lo que significaría una ruina menos esperpéntica que los 10.000, pero una ruina como un aeropuerto de grande. Al Don Quijote, que así se llama, se pretendía -ya hay que ser Quijote- llevar a la durísima meseta a unos dos millones y medio de turistas al año, para que siguieran los pasos de Alonso Quijano. Turistas tendrá el mundo, pero no parecía una apuesta viable... La jugada recuerda -en lo quijotesco, reiteremos- al pelotazo turístico que, a ver, va a implicar en un barrio de Madrid el hallazgo de la probadísima osamenta de, precisamente, Miguel de Cervantes. La diferencia entre ambos deseos soñadores de volar, o de volver a despegar, es la clave del asunto, lo que da una buena medida de cómo hemos cambiado en pocos años, transitando hacia la austeridad de un hidalgo arruinado: con la bonanza, los proyectos fueron en tantos casos propios de nuevos ricos; tras el gran costalazo, las iniciativas son prudentes, de bajo coste, confiadas a la innovación de andar por casa -o sea, a la creatividad- y atadas al control del coste. Por Modugno, de nuevo: "Pero todos los sueños se desvanecen al alba porque, cuando se pone el sol, se los lleva la luna". Oh-oh.

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