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desde mi córner

Luis Carlos Peris

En el adiós a un bético irrepetible

Con la muerte de Antonio Picchi, en diecisiete días pierde el Real Betis Balompié al tercero de los muy suyos

TENÍA al Betis grabado a fuego en las entretelas del alma, de un alma de hombre bueno que llevaba tiempo luchando por la vida y con la vida. Antonio Picchi es el mascarón de proa de una saga de béticos irredentos que tienen a su querido club como punto luminoso en un horizonte que no siempre fue boyante. Bético desde su niñez, en el chalet familiar de Villa Montserrat, sito en una calle, Manuel Siurot, por la que entonces circulaban el tranvía de Guadaíra y poco más, se celebraban casi todos los fastos que aquel Betis de la posguerra tenía a bien celebrar ya hubiese o no hubiese motivo para alguna celebración.

Antonio y los suyos se daban al Betis con una generosidad que aguantó hasta donde pudo para que el gran Pepe Núñez lo nombrase gerente del club, que ya era hora de recuperar algo. Antonio siempre había estado al lado de su gran icono, aquel Benito Villamarín, al que él, como muy pocos, tuteaba. Benito por aquí, Benito por allá, ese enorme presidente siempre estuvo en la mejor galería de perpetuos para Antonio hasta que apareció en su vida Pepe Núñez. Y a las órdenes de Pepe manejó un Betis que seguía siendo familiar, a veces hasta anacrónicamente familiar para mantener milagrosamente un estatus preñado de voluntarismo y, por supuesto, de cariño.

En poco más de dos semanas, los béticos han visto cómo desaparecían tres de los suyos. Una vida joven como la de Miki Roqué, una venerable como la de Alfonso Jaramillo y Antonio Picchi, que se fue con la pena inmensa de no haber podido estar anoche con sus futbolistas más queridos, esos que ganaron la primera Copa del Rey en un tiempo en el que él era uno de los pilares de la institución verde, blanca y verde. Ayer lloraba comiéndose las lágrimas su más querido futbolista, ese Gordillo al que él seguía llamando Rafaelito, y hoy lloraremos todos los que le tratamos y, claro, le quisimos. Descanse en paz un bético irrepetible y un hombre bueno, ni más ni menos.

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