el poliedro

José / Ignacio Rufino

agencia, no vaya siempre a lo fácil

Dos tercios de las subidas en el impuesto de la renta han sido costeadas por los ingresos en la franja 16.000-51.000

T RAS un trayecto en un tren que iba quemando etapas a lo largo de estaciones cada vez más desvencijadas -fin de la prosperidad, desaceleración, recesión, depresión... ¿y recuperación?-, una de las grandes patologías que nos ha deparado el cangrejeo de la crisis es la de la acelerada apertura de brechas cuantitativas y cualitativas entre los ciudadanos. Fundamentalmente las de riqueza, de la que se derivan otras, como las educativas, las digitales, las sanitarias o las de género. Y a la postre, la brecha del enfrentamiento político radical. Ha sido en España donde este proceso ha sido el más acentuado dentro de la Unión Europea, por una razón sencilla de entender: los países con mayor desempleo sufren con un plus de crudeza los efectos disociativos de una crisis (lo contrario también es cierto: los países democráticos más igualitarios están mucho más inmunizados ante las contracciones económicas). Se trata de evidencias empíricas, y no de valoraciones basadas en la ideología, en la filantropía, en la ética ni en la justicia social: nada de eso hace falta para temer la apertura de fallas que afectan a los derechos y calidad de vida de amplias capas de la población: "Es la economía (¡y el paro en España!), estúpidos", según la famosa frase de aquel asesor de Clinton. El peligro no es ya moral, es un peligro de corrosión la argamasa de nuestra vida en común, dilapidada por la codicia. En la estación termini está el descontento y la voluntad de ruptura en forma de lo que llamamos populismos (aquí reciben el nombre de Podemos, de momento).

Son precisamente las clases medias que pierden la estabilidad que se les atribuye por definición las que están detrás de una parte muy importante de los votos que parecen abandonar a los partidos mayoritarios para asociarse a las promesas de cambio de formaciones políticas sin mochilas del pasado ni grandes lacras de corrupción . Son en buena medida los jóvenes sobradamente mejor preparados que sus padres trabajadores por cuenta ajena o autónomos de ingresos medios los que naturalmente abrazan esas promesas redentoras. Hemos lanzado a paladas a familias de la clase media a un escalón más bajo y propio de una o dos generaciones previas, con la inestimable ayuda de los castigadores exteriores que han llevado la necesaria mayor austeridad a límites también patológicos. Y otro rasgo typical spanish: las clases medias han sido el pagano exprimido sin piedad por la Agencia Tributaria: dos tercios de las subidas en el impuesto de la renta han sido costeados por las rentas de entre 16.000 y 51.000 euros anuales, a pesar de que a las rentas más altas tanto Zapatero como Rajoy les subieron los impuestos, con efectos recaudadores escuálidos. La exacción de peso ha sido sobre las rentas medias: las que más crudo tiene el fraude. Mientras, la recaudación proveniente de los beneficios de las empresas es aún más triste de lo que tradicionalmente ha sido: entre los beneficios menguantes, las deducciones y la creatividad contable cuyos caminos son inescrutables, a las empresas no se las espera para apuntalar las arcas del Estado. Habiendo clase media...

Montoro sabe que esta política fiscal halconera con el débil no puede traer nada bueno a medio plazo, por lo que una fuente de ingresos públicos tradicionalmente cerrada ha sido redescubierta: la de la lucha contra el gran fraude (no el de la limpiadora o el del chapucillas). Por suerte, la golfada del paradisiaco secreto bancario la desmontó un Estados Unidos más empeñado contra el fraude que ningún otro país: menos mal que nos queda el Imperio. Y ahora sabemos de una manada de defraudadores patrios de lo más conspicuos y perfumados. A ver si repartimos los hachazos proporcional y justamente. O nos cargaremos el invento. Ya se tambalea su línea de flotación.

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