Hoja de ruta

Ignacio Martínez

El águila contra la tricolor

EL español es de sangre caliente. Es un tópico; pero hay acontecimientos que lo hacen realidad. El obispo de la Diócesis de Alcalá ofició el fin de semana pasado en Paracuellos del Jarama una misa por los fusilados allí durante la Guerra Civil por el bando republicano. Una bandera española, con el águila de San Juan adoptada por la dictadura franquista, estaba en el altar. Asistieron destacados miembros de la ultraderecha que tuvieron un fuerte protagonismo durante la Transición, como Blas Piñar. Hasta aquí, el relato de una ceremonia religiosa privada, de la que informaba ayer la edición digital de este diario. La agrupación local del PSOE de Alcalá, sin embargo, ha mostrado su "indignación" por lo que considera una clara exaltación de la dictadura franquista, "un acto injustificable que sólo busca la confrontación y la división entre los españoles". Ahí queda eso.

Pero lo peor ha venido en los chats de los periódicos digitales. En el nuestro ha habido cientos de comentarios. Por fortuna, algunos llamaban a la convivencia entre todas las ideas, pero la mayoría eran guerracivilistas. Dos bandos que se tachaban uno a otro de asesinos, con un lenguaje nada prometedor. Sorprende que setenta años después del final de la Guerra Civil y 34 desde la muerte del dictador la gente se ofusque con una guerra de banderas. No me veo tan grave que españoles de todas las ideologías homenajeen a los suyos con las banderas que les plazca. La bandera de la España constitucional no es ni la tricolor republicana, ni la franquista del águila, pero no parece que se vaya acabar el mundo si alguien las utiliza para recordar a quienes murieron por ellas. Esta pelea digital de ayer me recuerda a la guerra de las esquelas del verano de 2006; un desahogo peligroso.

La exaltación de la bondad de un bando en la Guerra Civil y, por tanto, la maldad intrínseca del otro, me trae a la memoria a uno de los mejores periodistas andaluces del siglo XX, el sevillano Manuel Chaves Nogales, un pequeño burgués, liberal republicano, amigo de Azaña. En una conferencia en el Ateneo de Sevilla, en junio del 33, dijo que había conocido de cerca las dictaduras roja, negra y parda y era enemigo de todas ellas, porque rebajaban la dignidad del hombre. No hablaba a humos de pajas; había visitado La Rusia soviética, la Italia fascista y la Alemania nazi. En plena Guerra Civil, en noviembre de 1936 se marchó al exilio. Y explicó por qué un año después en su libro A sangre y fuego: "En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid, como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes. Y tanto más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de Falange, que a la de los analfabetos anarquistas o comunistas". Ya ven ambas partes, que no hay mucho de lo que presumir.

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