TENÍA que ser así, que la noche oliese a romero, maravillosamente a romero. Tenía que ser así que en la noche en que se entregaba la primera edición del premio que lleva su nombre, la noche oliese a romero. En esta excepcional primavera que estamos disfrutando, con las calores aparcadas y sin que haya prisas por acogerlas, se convivía en amor y compaña al señuelo de la entrega del Premio Manuel Ramírez. Y allí, como no podía ser de otra manera, estaba toda la cohorte que en vida tuvo Manolo, cohorte tácita de correligionarios y devotos a los sentires que impulsaban la vida del recordado compañero. Recogía el premio Antonio García Barbeito y a todos nos gustaba que fuese él el primer agraciado con un premio que ha de ir ensolerándose despacio, siempre despacio, como a Manuel le gustaba vivir, a sorbitos. Y la noche fue perdiendo luz y ganando sentimiento, y seguía oliendo a romero, a qué si no...
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