La ciudad y los días

Carlos Colón

El alcalde Jano

UN alcalde de Guinness. Desde que en 1835 se constituyen los alcaldes constitucionales, ningún regidor alcanzó los diez años que Sánchez Monteseirín inició después de las elecciones municipales del 13 de junio de 1999". No sólo por la duración de su mandato -apoyado en pactos (legítimos, desde luego) con el PA e IU, porque también bate el récord de gobernar perdiendo elecciones- Sánchez Monteseirín es un alcalde de Guinness, como ayer comentaba el compañero Paco Correal, sino por ser el primer alcalde Jano de la historia. Este era dios de las dos caras que miran al principio y al fin, al pasado y al futuro, al este y al oeste (por eso su templo romano tenía dos puertas para recibir la luz primera y última del día). Por ello era la divinidad de las transiciones y del paso del umbral que separa el pasado del futuro.

Es el alcalde de las mejores intenciones y las peores ejecuciones; el regidor valiente que mete mano a problemas y aspiraciones históricas de la ciudad que ningún antecesor se había atrevido a abordar (la peatonalización del centro, el abandono de la Alameda, las tres vergonzosas décadas de olvido de la Encarnación), pero haciéndolo catastróficamente (desierto calcinador de la Avenida deforestada, San Fernando de las catenarias, setas de la Encarnación, desastre estético y práctico -mobiliario urbano de gigantismo cateto y ciclópea basteza, pavimentos ya rotos, hundidos o ennegrecidos- de la Alameda, desnaturalización de la Alfalfa y la plaza del Pan, imprevisión en las alternativas de acceso al centro, olvido de aparcamientos).

Es como si la cara que mira al pasado no tuviera de ojos y por ello la que mira al futuro careciera de referencias históricas y de memoria patrimonial; como si las transiciones y cambios padecieran una maldición hispalense que hiciera incompatible la conservación y el progreso; como si el presente fuera, en lugar del eje de la transición ordenada del pasado al futuro, el lugar de la destrucción del primero y del malogro del segundo. Ningún alcalde hizo tan mal tantas cosas buenas para la ciudad. En el futuro se podrá elogiar por igual una de sus caras (la de las iniciativas y las intenciones) y denostar la otra (la de las realizaciones y los resultados).

Carga el hombre con la culpa, lo que no es del todo justo. Un alcalde no puede ser a la vez arquitecto, urbanista, restaurador e historiador. Él da la cara y pone el nombre, pero hay una pléyade de expertos -arquitectos, sobre todo- que por acción u omisión, haciendo o callando, tienen una gravísima responsabilidad en el mal resultado de estas buenas iniciativas.

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