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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

La tribuna

Gumersindo Ruiz

Más allá de las reformas

CADA día oímos que son necesarias en España "reformas estructurales", cambios en lo que producimos, en nuestras exportaciones, contratos de trabajo, y otras cuestiones relacionadas con mejorar la educación, el conocimiento y aplicar las tecnologías disponibles. En general, estas propuestas son ambiguas y contradictorias; sólo en el gasto público resulta más fácil identificar gastos prescindibles, aunque seguramente no son tan obvios para aquellos a quienes les afecten. Casi todo el mundo sabe lo que está mal y no funciona, y tenemos multitud de ideas, ocurrencias y opiniones al respecto, pero en el fondo hay el sentimiento íntimo de que las cosas se han ido de la mano y se ha perdido el control del funcionamiento de la economía. Intuimos que las reformas propuestas no llegan a la raíz de los problemas, o son muy difíciles de llevar a cabo dada la organización actual de nuestra sociedad.

Porque quién y cómo va a ordenar el Estado constitucional de las autonomías para que actúen de manera coordinada, y en la dirección de mejora del conjunto; cómo vamos a convertirnos en personas más estudiosas y aplicadas en la adquisición de conocimientos; por qué van a ser más innovadores los empresarios y más eficientes los trabajadores y los funcionarios; cuándo van a fluir abundantemente, como todos deseamos, los recursos financieros hacia las pequeñas y medianas empresas. Y, en fin, es difícil creer que bastan las llamadas a la responsabilidad para que haya más sentido de Estado y más sentido común en la política.

David Harvey, un autor que abarca distintos campos de conocimiento, ha escrito un libro titulado El enigma del capital y la crisis del capitalismo, explicando qué ha ido mal con nuestro sistema capitalista de mercado y, al final, qué puede hacerse. Es un libro claro y sólido en el análisis, aunque ingenuo en las propuestas políticas. Desengañado de las fórmulas radicales tradicionales, Harvey propone crear un partido llamado Partido de la Indignación, que se enfrente al capitalismo financiero, al que sitúa en el centro y origen de todos los males.

En efecto, la crisis financiera se está presentando como una consecuencia de la incapacidad de los poderes públicos para controlar y gestionar el complejísimo mundo de las finanzas, que casi nadie entiende. Es muy difícil, aun para personas con conocimientos de economía, comprender de verdad las implicaciones de la banca de inversión y los productos financieros que crecieron de forma descomunal sólo en cinco años, entre 2002 y 2007. Como dice Ernst Jünger, "como todo poder, el financiero es totalmente real y totalmente imaginario", y la crisis se prefiere ver más como un problema del capital financiero que no como una crisis de la economía de mercado.

La empresa pertenece al mundo de lo real, nos proporciona productos y servicios más o menos útiles, pero tangibles; éste es el ámbito de la economía de mercado, que se acepta, y cuando hay un problema se espera que tarde o temprano se produzca un ajuste. La vivienda se recuperará cuando los precios bajen, dejará de venir gente ante las dificultades de encontrar trabajo, las economías europeas tirarán de la nuestra en algún momento, y los mercados seguirán funcionado.

El problema es que los ajustes son costosos y suelen darse de forma injusta, perjudicando siempre a los más débiles. También es verdad que el mercado ha desarrollado comportamientos negativos y tenemos buenos ejemplos en la publicidad del tabaco en el pasado, o el estímulo reciente al endeudamiento de empresas y familias, pero se supone que a la larga genera bienestar y estimula la innovación. Hay que respetar sus leyes porque son básicas para el funcionamiento de la sociedad; son casi leyes físicas, si aceptamos la forma en que nos organizamos para producir, comprar y vender.

Sin embargo, las altas finanzas se identifican ahora con lo peor del capitalismo, un mundo de ficción que disgusta a todos, empezando por los jefes de Estado y reguladores de los mercados financieros, que ven ahí la causa de todos sus problemas. Las reformas de los mercados y entidades financieras son populares, y los políticos están dispuestos a liderar movimientos que tienen a favor la opinión pública internacional.

La crisis está cuestionando muchas cosas que dábamos por válidas. Las reformas que se proponen a diario, llevadas a sus últimas consecuencias, pueden tener un alcance que asuste a los mismos que las defienden, porque cuando empiezan a cuestionarse aspectos de la organización de nuestra economía, se llega inevitablemente a plantear si es la propia organización de la vida social y nosotros mismos los que necesitamos reformas.

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