la ciudad y los días

Carlos Colón

El amor como resistencia

DAR su valor a las cosas -escribía ayer- es una forma de resistencia contra las inducciones que nos uncen al círculo producción-consumo en el que nos hacen girar como burros ciegos uncidos a una noria que muele para otros. De esto trata el último libro de Luis García Montero que precisamente se llama Una forma de resistencia (Alfaguara). Julio Anguita defendió hace años, suscitando la rechifla general, la durabilidad de las cosas frente al frenético usar y tirar: la larga vida de los coches y electrodomésticos que hacía el prestigio de las marcas o los buenos paños con los que se hacían trajes que, tras durar muchas temporadas, pasaban a los hijos. Estaba entonces y sigo estando de acuerdo con él. García Montero también.

Partiendo de la emoción que le produjo la relectura del episodio de Las uvas de la ira en el que los campesinos, al perder sus tierras, se ven obligados a dejar tras sí sus modestas pertenencias, esos objetos que el uso ha convertido en la memoria de sus días, García Montero inició el inventario de los objetos que se han enredado en su memoria y de los gestos ligados a ellos. Su madre limpiando el polvo, por ejemplo, porque "limpiarle el polvo las viejas cosas con vida nueva implica una lealtad, una lucha contra lo perecedero" y reivindica su valor en una sociedad en la que "se produce con fecha de caducidad". Usar y conservar; conservar y amar porque el uso y el tiempo convierten a los objetos en fieles guardianes de la memoria de lo más hermoso y más frágil: lo cotidiano, las vidas de quienes carecen de historia, los gestos de ternura que nacen y mueren sin testigos.

García Montero reivindica el cuidado de las cosas porque en sus adherencias afectivas y en su capacidad para retener el tiempo se encierra la peripecia íntima de cada uno de nosotros. Es una reivindicación necesaria en "un mundo dominado por lo material pero en el que, paradójicamente, las cosas han perdido su valor". Con ellas lo han perdido los íntimos, domésticos afectos a los que estaban unidas y de los que eran depositarias. Una sobria sencillez en el vivir que el poeta granadino ha definido así: "El arte de vivir se parece siempre al intento de conservar debajo del cinismo al niño que ordena los lápices en su estuche y prepara la cartera para el colegio".

Hace tiempo que comparto esta idea con él. Todas las noches afilo mis lápices, los dispongo cuidadosamente en el plumier, alineo en la cartera los libros bien forrados con papel azul encerado, reviso los cuadernos escritos con caligrafía de plumilla. Y dejo que el sueño me busque en la confianza de haber hecho siquiera los más sencillos deberes.

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