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La tribuna

Francisco J. Ferraro

El año que viene

DENTRO de unas horas comenzará un nuevo año y las informaciones de las últimas semanas sobre la evolución de la economía española habrán animado a muchos españoles, pues las sucesivas previsiones realizadas la OCDE, el FMI, la Comisión Europea, el Banco de España y algunos institutos de análisis económico han ido destacando el buen comportamiento de la economía española en 2014 en relación con los socios europeos, y han ido elevando las previsiones de crecimiento para 2015 en unas décimas, lo que no es poco después de años de recesión y destrucción de empleo.

La estimación adelantada por el Banco de España de un crecimiento del PIB del 1,4% para 2014 se fundamenta en la contribución positiva de la demanda interna (consumo e inversión), mientras que el sector exterior contribuye negativamente al crecimiento por el fuerte aumento de las importaciones. El empleo aumenta cerca del 1% en el conjunto del año, lo que unido a la disminución de la población activa va a reducir la tasa de paro más intensamente de lo que se preveía hace unos meses.

Para 2015 el Banco de España espera un crecimiento del PIB del 2%, y los analistas privados crecimientos algo superiores. Una tasa de crecimiento que permitirá aumentar ligeramente el empleo, y que se fundamentará de nuevo en el aumento de la demanda interna, intensificada por el empleo, las mayores facilidades financieras, el aumento del gasto público, las rebajas fiscales y el plan Juncker. También se espera una dinamización de las exportaciones favorecidas por la devaluación del euro y por la recuperación de la economía norteamericana y de los países emergentes asiáticos.

Estas previsiones no satisfarán a todo el mundo porque los niveles de paro, restricciones y desigualdades sociales siguen siendo muy elevados, pero mejora notablemente las expectativas que teníamos hace un par de años. Además, las posibilidades del Gobierno para intensificar el crecimiento a corto plazo son muy limitadas, pues no dispone de política monetaria ni de tipo de cambio, y una política fiscal más expansiva es inviable con el nivel de déficit y deuda pública.

En cualquier caso, estas perspectivas de recuperación están sometidas a diversos riesgos que pueden cambiar significativamente las previsiones comentadas, máxime en un momento en el que la explosión de optimismo gubernamental le induce a la autocomplacencia. Los riesgos externos son significativos en una economía tan abierta como la española, y para ello sólo hay que observar cómo ha afectado a la Bolsa española el anuncio el pasado lunes del adelanto electoral en Grecia. Otros riesgos externos vienen determinados por factores geopolíticos, como las tensiones en Ucrania y Rusia o el avance del Estado Islámico, a lo que se suman la inseguridad de que algunos países europeos puedan salir de la recesión o el estancamiento.

Tanto o más significativos son los riesgos internos, y éstos son de diversa naturaleza. En primer lugar, por las consecuencias de un año electoral con resultados inciertos, que va a inducir a aumentos significativos del gasto público de todas las administraciones, lo que va a estimular la demanda, pero también a que incumplamos los compromisos de déficit público y a aumentar el endeudamiento; además, la tensión reformista del Gobierno decaerá, y los previsibles aumentos salariales restarán competitividad exterior y frenarán la creación de empleo. En segundo lugar, porque el crecimiento del PIB estará soportado por un aumento del gasto superior al de la renta, lo que exige financiarlo con ahorro o deuda, lo que lo convierte en un patrón de crecimiento insostenible a medio plazo. Y en tercer lugar, por el probable deterioro de la balanza por cuenta corriente por la intensificación del déficit comercial, aunque la depreciación del euro frente al dólar y el mantenimiento del precio del petróleo a niveles ligeramente superiores al actual deberían facilitar un reequilibrio de las cuentas externas.

Ante estos riesgos la política económica del Gobierno de la nación tiene un amplio campo de actuación con políticas de oferta que mejoren la capacidad competitiva de nuestro sistema productivo. Reformas en sectores y mercados para introducir más competencia, facilidades incentivadoras de creación de más y mayores empresas, cualificación de los recursos humanos, políticas de innovación más decididas y eficaces,… sin olvidar las reformas institucionales que propicien una sociedad más inclusiva políticamente (regeneración democrática) y económicamente (políticas favorecedoras de la igualdad de oportunidades). Hay por tanto mucha tarea y mucha política económica que abordar, pero lo dominante son las reformas, y su restricción es que sus efectos son a medio plazo y suelen tener coste político.

En cualquier caso, debo terminar volviendo al principio y coincidir con la mayoría de los colegas de profesión en que el año que viene se presenta mucho mejor que los siete años anteriores… aunque no sin riesgos. Feliz 2015.

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